No entres dócilmente en esa noche quieta (fragmento)Ricardo Menéndez Salmón
No entres dócilmente en esa noche quieta (fragmento)

"Penetro en las habitaciones donde mi vida se contuvo un día y parece imposible que esa blancura, esa exasperante pulcritud, esa cama tendida milimétricamente, en la que sería posible arrojar una moneda para que rebotara saltarina y jubilosa, como a mi padre le enseñaron a hacer con su catre durante el servicio militar, pudiera un día ser escenario de la pena y la ausencia de decoro, de la más soberana estulticia. Como si una mano olímpica hubiera borrado cada huella de suciedad, como si un censor magnífico, educado en tantos avatares previos, fortalecido por una experiencia feroz, hubiera barrido de un soplo la ceniza acumulada en estas pobres vidas. Y la imagen que me viene a la cabeza en esta Navidad del año 2018, mientras apuro la digestión de una comida satisfecha sin gula, es la de un electrodoméstico gigantesco, una aspiradora que posee el tamaño exacto de la vida y penetra con sus fauces en cada rincón de esta casa para succionar las células muertas tras el cabecero de la cama, el pelo que perdemos cada noche, las postillas que cubren nuestras heridas, las esperanzas de riqueza y de poder forjadas durante el insomnio, el esplendor improbable de una jornada vencida, cada doblón de oro y cada céntimo de cobre que un día fueron depositados en el cerdito rosa de la primera hucha. Sí. Deambulo por estas habitaciones, soleada la de mis padres, más oscura la mía, tropiezo con sus muebles pulidos hasta la exasperación y gastados por el uso, observo las cucharillas de alpaca y la abundancia de bibelots, esos despojos que el tiempo ha arrojado a las costas de lo cotidiano, esa vacuidad inane que acumulamos para nada, la experiencia resumida en los enjambres de fotografías que intentan contener una realidad que está siempre en otra parte, y algo en mi interior, un dolor sin centro ni figura, crece y se amontona.
Hace años que no lloro, pero hoy lo hago. Lloro sin lágrimas, cierto, pero devastadoramente. Es un llanto aterrador en su decoro, educado y contenido, como exige este lugar, el llanto de un hombre de cuarenta y siete años que intenta comprender por qué su vida tomó determinada dirección y no otra, y cómo es posible que en este preciso instante, en este ineludible aquí, la vida haya adquirido una consistencia viscosa y desagradable, como el papel de embalaje que se adhiere a la suela del zapato y obliga a apoyarse en la pared para ser arrancado mientras el peatón mantiene un equilibrio precario, pareciendo indefectiblemente ridículo, resultando inevitablemente patético, pero con un ridículo y con un patetismo que son mesurados, que caben en el abecedario de intenciones de la madurez y se expresan con elegancia, en la sobremesa de un día de esta familia hoy menguada en que los buenos deseos no bastan para enmascarar la ruina que nos circunda. "



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