La rosa en el viento (fragmento)Sara Gallardo
La rosa en el viento (fragmento)

"Era costumbre, durante aquellos años, hacer de noche los entierros en el cementerio no católico de Roma. Las pasiones del pueblo traían problemas. Esa noche de septiembre, la luz de las antorchas iluminaba con efectos grotescos el ataúd en que Teresa y su hijo eran llevados por Borg, Olaf, el doctor Munthe y unos enterradores que olían a vino. Una pedrea hizo retumbar el ataúd, rompió los lentes de Munthe, la mejilla de Borg y la frente de Olaf. "¡Herejes!" se oyó en la oscuridad. Fue una batalla, una verdadera batalla contra formas bajas y musculosas y harapientas, y mujeres que blandían garrotes. El ataúd estaba en el suelo, los enterradores habían huido, las antorchas se extinguían tiradas debajo de los árboles y la pirámide brillaba indiferente bajo las
estrellas.
Olaf quebró varios cráneos entrechocando cabezas aferradas de los pelos, y revoleó por los tobillos a ciudadanos que aullaban blasfemias e iban a despatarrarse contra los mármoles.
El doctor Borg sobrevivió varios años. Parte de ellos vendió productos medicinales en los consultorios de Milán. Cuando su hermano vino en su busca no quiso acompañarlo. Al contrario, bajó de nuevo a Roma. El doctor Munthe lo vio una vez dormido sobre el parapeto de travertino de la plaza del Capitolio. Pero el doctor Munthe dejó Roma. Casi ciego se dedicó a escribir. Olaf había tomado un barco para América del Sur. En verdad, ninguno de los tres volvió a encontrarse después del entierro de Teresa Borg.
La  cordillera se le manifestó con benevolencia cuando la cruzó por el sur —una visión del Pacífico entre lluvias, lejanísima—, descubrir un techo semihundido a sus pies lo hizo bajar el sendero provocando pequeños desmoronamientos de guijarros, contornear la pared de piedras caídas, desmontar, inconsciente de la espectacularidad de su aparición, el poncho araucano como un cielo negro cruzado por relámpagos. Pero no hubo aparición. En la cabaña había humo y un hombre tendido. Tenía la cabeza sobre una valija y un pie enorme sobre otra, y deliraba.
Observó la tumefacción del pie, de la alforja sacó musgo, yesca para el fuego de maderas húmedas, una navaja, unas yerbas apelmazadas semejantes a la cabeza y a las barbas del hombre enfermo.
Seguía la lluvia. Entró el caballo en la cabaña. Deliraba en francés, delirios de grandeza si se prestaba atención. Buhonero, se dijo. Extraviado. Una ordenada formación de peinetas, hilos de coser, botones se le reveló en erróneos rayos X dentro de la valija que servía de almohada. "



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