La caja vacía (fragmento)Emilio Carballido
La caja vacía (fragmento)

"Y así entró a la cocina, sin hacer ruido, y vio a la abuela, jorobadita y arrugada, con su largo vestido en blanco y negro, su chal de lana, entre la luz verdosa que se iba, vio a la abuela brincar con las enaguas levantadas y las canillas descubiertas, una media torcida y otra cayéndosele, bailando y canturreando por la pieza, sonriendo, coqueteando, saludando algún par de fantasmas que se perdían en un rincón. Palmira no pensó que eso fuera chistoso exactamente. (Aunque tenía gracia…). No pensó nada, más bien, sintió profundamente algo como placer, por la anciana contenta, y también lo contrario, una intuición oscura de despojo.
Recordó vagamente alguna estampa de salones brillantes y valses y belleza, y en un segundo aquello se oscurecía y se arrugaba, como un papel echado al fuego, y era la noche verdosa y destemplada de las brujas. (Un dos tres, punta y talón, la abuela daba vueltas, revoloteaba el chal). Y todo eso sentido, no pensado, salió en forma de risa. Empezó a comentar: —abuelita, ¿por qué?—… La interrumpió la risa y la abuela gritó; quedó quieta un momento, para después precipitarse hacia adelante, un salto enorme y relampagueante de casi sesenta años, que la dejó aquí, en el centro del día de hoy, enfrente de un espejo distorsionado en forma de niña. Y saltó sobre ella, dándole algunos golpes (nunca la había tocado antes) y después huyó al patio, llorando a gritos y acusando a Palmira de haberla espiado. Los golpes no le dolieron en el cuerpo, pero la nieta huyó a la calle, llena de humillación confusa, de una vergüenza que no acertaba cómo formularse.
La madre llegó del trabajo, y ninguna de las dos dijo nada. Palmira cenó en silencio, y al tratar de entender sólo podía pensar cosas como: «yo no iba a contarle nada a nadie, ¿por qué me pegó entonces?». Y al alargar la mano para tomar su pan, tropezó con los dedos de la abuela, que recogían de la canasta, deliberadamente, la pieza especial; la vio a la cara con asombro, y advirtió el agresivo desamor con que la anciana la observaba. Las dos desviaron los ojos, y al pensar «se va a comer mi pan», Palmira pudo, con trabajo, guardarse el llanto. "



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