Vida y papel (fragmento)Félix de Azúa
Vida y papel (fragmento)

"Como he advertido más arriba, este no es el discurso de un yo, sino el de un caso. No es asunto mío definir o explicar lo que he escrito y mucho menos valorarlo. En cambio sí puedo contar mi experiencia, que es la de varios cientos (quizás miles) de jóvenes que comenzaron a escribir con intenciones artísticas entre 1960 y 1980. Ya veremos que las fechas tienen su importancia y que lo de «artístico» es asunto esencial. Expondré mi opinión lo más sinceramente posible, sin la pretensión de que la mía sea una interpretación verdadera, sino relativa. Lo hago, además, confiado en una memoria menos que mediocre. De otra parte sólo mencionaré autores y libros que haya conocido y leído. Muchos otros merecerían la cita.
Nacido en 1944, cuando la segunda guerra mundial se estaba decidiendo, tenía yo veinticuatro años cuando en 1968 publiqué mi primer libro. Como veremos, a quienes coincidimos en ese momento temporal nos tocó vivir una transformación que ha desfigurado por completo el aspecto, la forma, las estrategias del arte de escribir, en cosa de treinta años. Así también la invención de la artillería hizo desaparecer las ciudades amuralladas en un santiamén. Los efectos técnicos son, a veces, las verdaderas revoluciones, con la ventaja de que no obedecen a ninguna idea.
Cuando empezamos puede decirse que el ámbito de la escritura artística se mantenía sin cambios esenciales desde los últimos dos siglos, es decir, desde el romanticismo europeo de finales del XVIII (pongamos que desde 1790), momento en que se fija el modelo de la literatura burguesa. Hasta más o menos 1980 apenas hubo cambios en el modo de escribir, editar, publicar, acceder a la lectura y ordenar la jerarquía del arte literario desde lo peor hasta lo inmejorable. Un acuerdo universal, tanto europeo como americano, mantenía ese ámbito en un orden saludable.
Durante doscientos años la única disputa fue la que opuso a los tradicionalistas contra los vanguardistas, siendo ambos hijos legítimos del romanticismo. Durante esos dos siglos parecía que el mundo se dividiera entre el pasado (los tradicionales) y el futuro (los vanguardistas), cuando en realidad estaban construyendo un presente perpetuo en colaboración. Ambos, sin embargo, tuvieron idéntico público, se sometieron a iguales tribunales y recibieron tanto apoyo como rechazo en los medios de comunicación. Desde nuestra perspectiva, lo que parecía una diferencia absoluta (unos, los vanguardistas, estaban anunciando el futuro; otros, los tradicionales, desaparecerían en breve) se demuestra una falsa oposición. Hoy nadie podría defender que un vanguardista como Céline pertenecía a un mundo literariamente opuesto al de un tradicionalista como Calvino. O que la vanguardia es lo que ha quedado de aquellos años, mientras que los tradicionales han desaparecido. Más bien ha sido lo contrario. "



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