Los perdonados (fragmento)Lawrence Osborne
Los perdonados (fragmento)

"Tuvo la sensación de que había pasado una hora cuando empezó a deambular por la casa iluminada donde los biombos tallados olían a pachulí y un cálido aroma a agujas de pino emanaba del suelo. Era una casa que imponía su personalidad, un personaje con historia y emociones, cuyas escaleras respiraban como pulmones, una casa con brisas fugaces que iban y venían, silenciosas, agitando levemente las borlas y los bajos de las cortinas. Encontró un rincón tranquilo, decorado con unas lanzas antiguas que estaban apoyadas en la pared, y sacó el móvil de su bolsillo. Las puntas metálicas resplandecían sobre su cabeza y todo olía a domesticidad húmeda y exótica al mismo tiempo, a té humeante, barniz y alfombra polvorienta. Marcó el número y dio señal: un pequeño milagro. Esperó, impaciente, con el móvil pegado a la oreja, pero nadie respondió. Sin duda, era posible que David se hubiese desplazado a una zona sin cobertura, como también era posible que pronto volviese a tenerla; Richard le había advertido que era algo habitual en el desierto. Pero aquella llamada frustrada la deprimió. Quizá sí que estaba fumándose un porro en el coche. Se dio por vencida y guardó el teléfono. Algo achispada, recorrió, vacilante, las salas y los pasillos con las manos extendidas para sujetarse a los muebles y mantener el equilibrio. Se desplazó por un dédalo de objetos resplandecientes cuya utilidad no consiguió determinar, porque ni les prestó atención ni le importaban. Vio un enorme pájaro de colores encaramado al columpio metálico de una jaula próxima al piano, unos faroles de latón y cristal verde que colgaban con cadenas del techo, armas antiguas y una lámpara de cuero con incrustaciones de cristal de colores de un siglo de antigüedad. Deambuló por las salas como si fuese ciega, dejándose llevar por la ginebra. Si oía voces, retrocedía y buscaba otros remansos de aislamiento.
Estaba sentada en una de las butacas indias de la sala cuando Hamid vino en su busca. Faltaba una hora para medianoche y misteriosamente la docena de pájaros enjaulados de la casa habían empezado a cantar en cinco trinos recíprocamente excluyentes. Al levantar la vista vio el fajín color cereza de Hamid, que la miraba con una taza de café en la mano. En el platito había una cucharilla que hacía equilibrios para no caerse y una chocolatina, como en los restaurantes. "



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