Verde Shangai (fragmento)Cristina Rivera Garza
Verde Shangai (fragmento)

"Chiang Wei, el primero, creció aprisa. Todo lo hacía aprisa. No conocía la paciencia y, por eso, tampoco tenía aprecio por lo sedentario y lo que permanece. Desde muy niño le dio por caminar largos trechos. Al inicio sólo iba hacia la costa y se quedaba viendo el mar. Soñaba seguramente con partir; pero no lo hizo. Poco a poco la tierra lo fue llamando. Y sus caminatas tomaron otros rumbos. Fue después de observar un mapa de la República Mexicana que se enteró del significado de la palabra península. La estrechez de su alrededor debió disgustarle y desde entonces, justo después de mirar el mapa, se propuso ir hacia tierra firme, como llamaba al resto del país donde había nacido.
No había nada que lo ligara a Baja California excepto el paisaje. Le gustaba la aridez, los olores del aire inmóvil, lo enjuto de la luz solar en días de invierno. Le gustaban las cactáceas que crecían a orillas de los caminos y los nopales y hasta las rocas que resplandecían bajo la luz de los veranos. Pero, en realidad, no había nada que lo ligara a ese pedazo de tierra. La familia dentro de la cual había nacido difícilmente podía denominarse como tal: un padre ausente al que todos le atribuían trabajos pesados en los ferrocarriles del país del norte; una madre flaca y escurridiza que murió apenas unos años después de su nacimiento, y tías que desaparecieron poco a poco, bajo velos de colores oscuros, en vagones destartalados. El norte se los había ido tragando a todos, uno a uno, de maneras diversas. Tal vez por eso Chiang Wei, el primero, decidió desaparecer en dirección contraria. La mañana en que todo inició para ti y para mí, Marina, el abuelo se calzó unas botas viejas y repitió entre dientes la palabra México.
[...]
La jornada fue larga. A veces caminaba por días enteros, semanas. Otros trayectos los podía hacer en tren, viajando sin equipaje y sin boletos. El viento contra la cara. El sol dentro de los ojos. En otras ocasiones conseguía pegarse a la yegua de algún arriero. A pesar de los obstáculos, del hambre, de las matazones que presenció en contra de tipos con su mismos ojos y su mismo color de piel, Chiang Wei el primero no cejó en su intento. Si iba a desaparecer; lo haría en el centro del país, dentro de los perímetros de un barrio que, conforme cruzaba las líneas divisorias que separaban a los estados, iba adquiriendo todas las características de un paraíso perdido. "



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