Los reflejos de la luna (fragmento)Edith Wharton
Los reflejos de la luna (fragmento)

"Tendido debajo de un toldo en la cubierta del Ibis, Nick Lansing contempló un momento cómo desaparecían los acantilados de Malta y volvió a sumergirse en su libro.
Llevaba casi tres semanas tomando drogas en el Ibis. Las drogas que había consumido eran de dos tipos: visiones de paisajes fugaces, que se alzaban del mar azul para volver a desvanecerse en él, y visiones de estudio de los volúmenes que se amontonaban día y noche a su lado. Por primera vez en varios meses tenía al alcance una verdadera biblioteca, justo la biblioteca erudita y al mismo tiempo miscelánea que anhelaba su espíritu inquieto e impaciente. Era consciente de que los libros que leía, como las escenas fugitivas que contemplaba, eran solo una forma de calmante: los engullía con el ansia del enfermo que busca solo acallar el dolor y embotar la memoria. Pero empezaban a producir en él una torpeza moral que no era del todo desagradable, que, de hecho, comparada con el agudo dolor de los primeros días, resultaba casi placentera. Era justo la droga que necesitaba.
Probablemente no haya nada sobre lo que el hombre medio tenga opiniones más claras que sobre la inutilidad de escribir una carta que resulta difícil escribir. En las líneas que le había enviado a Susy desde Génova, Nick le había dicho que volvería a tener noticias suyas al cabo de unos pocos días, pero, cuando pasaron esos pocos días y empezó a pensar en ponerse manos a la obra, encontró cincuenta razones para dejarlo para más adelante.
Si hubiese tenido algún motivo práctico para escribirle, habría sido distinto; no habría podido soportar ni veinticuatro horas la idea de que Susy tuviese problemas de dinero. Pero eso estaba resuelto desde hacía tiempo. Desde el principio, ella se había encargado de administrar la modesta fortuna de ambos. Cuando se casaron, Nick le transfirió los escasos ingresos que le abonaba, sin demasiada regularidad, el agente encargado de gestionar desde hacía años las menguantes propiedades de la familia: fue el único regalo de boda que pudo hacerle. Y, por supuesto, habían depositado todos los cheques de la boda a su nombre. Así que no había razones «económicas» para comunicarse con ella; y, cuando pensaba en razones de otra índole, la simple idea le paralizaba. "



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