Fulgentius (fragmento)César Aira
Fulgentius (fragmento)

"Y desde la otra cara del contraste, Fulgentius pudo ver su vida en una perspectiva más amplia que la que le permitía el día a día. Él no había hecho nada para acumular bienes materiales. Siempre había creído, adoptando inconscientemente la opinión ajena, que no lo había hecho por indolencia, o por incapacidad, o porque justamente el día a día profesional y familiar no le había dado ocasión de levantar la vista hacia proyectos de más alcance. Pero de pronto podía ver su vida como una gran empresa espiritual, de la que la guerra era la ascesis. La lanza y el escudo que había empuñado siendo casi un niño habían sido su condición de humanidad. Al servicio del Imperio recorrió el mundo, pasando revista a todos los modos de ser hombre. Había optado por el presente, del que el honor del romano se servía para encender el fuego de la identidad. Como el indócil jabalí que perseguía a la hembra bajo las luces del invierno, movido por el instinto supremo de la reproducción, así había perseguido él al Centurión Ideal, para reproducir en su imagen a la Civilización fugitiva. Su obra eran los bosques y los ríos, los países donde los dioses se rendían ante las Legiones, los cielos que se enrojecían cuando las águilas levantaban vuelo. Gracias a las variaciones innumerables de la guerra él había permanecido inmutable, dueño de sus actos y de sus palabras. Dueño también de su muerte, que preservaba en el corazón como el valor único por el que podía cambiar todo lo demás.
Con la llegada del invierno se interrumpieron las operaciones. La Legión se preparó para una prolongada inactividad, que tendría lugar en un rincón ameno de la Cernonense tal como lo había previsto el Estado Mayor tiempo atrás, siguiendo el consejo de los conocedores de la región. Los recibieron las primeras nieves, tentativas aun, de copos algodonosos que se resistían a la gravedad. Armaron las tiendas en hileras que seguían las pendientes del terreno, clavando hondo las estacas en la tierra que tardaría en congelarse; cuando lo hiciera las tiendas quedarían invenciblemente aferradas al suelo, hasta que la primavera lo ablandara. De ese modo las aseguraban contra vientos y tormentas, y de paso se contra el capricho o las urgencias de órdenes de marcha prematuras. Estaban tan plantados como los árboles. Celebraron con siestas.
Un lago azul extendía sus aguas quietas al pie del campamento. Bosques de árboles altísimos, montañas, nubes, componían el paisaje. Las escuadras de aves que atravesaban el cielo en su peregrinación al Sur anunciaban los fríos que llegaban. Otras permanecían, y se hacían oír desde el bosque. Un silencio de siglos llenaba el espacio, interrumpido por gritos y risas de niños de las aldeas vecinas; la curiosidad les hacía vencer el temor a los gigantes de Roma. La zona era de cabreros y transportistas, prósperos en su primitivismo a juzgar por los críos rollizos y convenientemente abrigados. La Legión, ocupada en los trabajos de la instalación, demoró el contacto con los habitantes, que sería asiduo en los meses siguientes. "



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