Libro de actas (fragmento)Ramón Pernas
Libro de actas (fragmento)

"La tienda de ultramarinos nunca significó para madre nada más que una inmensa despensa de donde se surtía de viandas y productos para la casa más o menos exóticos para los tiempos que corrían, como latas de foie francés o barras boloñesas de mortadela o queso de Parma. En realidad eran caprichos de mi padre, que había hecho una sólida amistad con un viajante de origen húngaro que representaba todo tipo de delicadezas exquisitas y que una vez al año llegaba al pueblo tras salirse muchas leguas de su ruta.
Como pequeña empresaria fue todo un desastre. Tenía la tienda para distraerse y ésta se convirtió al poco de abrirla en un hermoso y bien decorado lugar de reunión. Mi madre, vendiera o no vendiera, que no vendía, efectuaba los pedidos duplicando o triplicando las existencias. En un pequeño almacén ya no tenía cabida la multitud de sombreros que se amontonaban en su desorden armónico de preciosas sombrereras. Era de las que mantenían que por encima de todo hay que surtir el comercio de existencias y que ya se le darán salida. Alguien vendrá a comprarlos, decía, pero se equivocaba profundamente. Cuando se aburrió de abrir y cerrar con un horario fijo, regaló para la tómbola de la caridad que se pone por Navidad la mayor parte de las colecciones que se iban quedando obsoletas e intentó saldar a un precio simbólico partidas enteras que ni así tuvieron salida.
Todavía cuando subo al desván las cajas de cartón de los sombreros nuevos llenan gran parte de la estancia. Madre cerró el comercio para convertirlo en un selecto cenáculo, coqueto y bien decorado para celebrar, seguir celebrando, su tertulia de cada tarde. Dejó como elemento decorativo el mostrador, que todavía hoy permanece en su sitio.
El paso del tiempo todo lo perturba, llena de niebla los recuerdos y hoy no es el ayer feliz que vivimos. Estoy mirando a mi madre, viéndola cómo deja que vague su mirada que ya no busca el horizonte porque no puede encontrarlo.
A veces pienso que las miradas se quedan apresadas en las alcobas, en las habitaciones, rebotan contra el techo cuando estamos acostados sin dormir y no podemos domeñar los pensamientos. Se desubica nuestra mirada, sube y baja, viaja por pasadizos secretos que sólo ella conoce hasta que vuelve a ajustarse en las cuencas. Madre perdió su mirada y ya no encontró el camino que conduce a sus ojos.
Yo la contemplo como entreviéndola en un océano de desolación y busco en mi mente un pensamiento de piedad que de ninguna manera va a servirme para interpretar, para explicar lo inexplicable.
Cuando hace unos meses la visitó el médico no quiso anunciarnos el silencio. Resolvió con unas cosas de la edad el estado que en aquellos días se estaba empezando a manifestar. Según él no está enferma pues su mal no requiere tratamiento, no hay remedio alguno para impedir este viaje de regreso que está haciendo madre hacia ningún sitio. Ella camina al revés de su memoria, recorre distancias infinitas de las que no hay noticia, pasajes inexplorados que habitan algún rincón de la mente.
Mi madre está ahí, viendo sin mirar cómo pasa la vida este sábado por el malecón, junto a ella Antonia, siempre Antonia como si la vida se hubiera desdoblado en dos personas que son la misma. Ambas parecen recordar, ellas están viéndose en ese mismo paseo hace cincuenta años. Antonia camina tres pasos detrás de madre, tal como exigían las reglas de antaño. "



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