El valle de las gigantas (fragmento)Gustavo Martín Garzo
El valle de las gigantas (fragmento)

"También del mismo mundo en que los servidores del rey David buscaron a una muchacha para que le calentara la cama, porque él estaba viejo y cansado, y en su cuerpo ya no tenía energías para hacerlo. Fue cuando vieron a la sunamita y le mandaron recado de que fuera al palacio, porque pensaban que nadie como ella podría cumplir con aquella misteriosa función. Y a la muchacha no sólo no le molestó sino que lo hizo encantada, porque su rey era un hombre justo y sabía que la vejez no es nada sin ese frágil alimento que sólo un cuerpo joven puede ofrecerle en las horas de su desolación. Pues bien, de todas esas historias, de ese mismo mundo, venía nuestro cordero, y por eso nos parecía un milagro y pensábamos que mientras estuviera con nosotros estaríamos a salvo. Y era tan de verdad un milagro que hasta al menos por tres veces el fuego se detuvo, que de pronto eran los del otro bando los que dejaban de disparar y nos decían a gritos que el cordero estaba de nuevo allí y que corriéramos a buscarlo, no fuera que uno de los disparos lo hiriera. Y se detenía el fuego por completo y todos nos levantábamos para ver cómo uno de los nuestros salía de la trinchera e iba a por Pascual, que estaba pastando a orillas del arroyo, ajeno al horror y al peligro, y cómo los nacionales hacían lo mismo y gritaban y aplaudían cuando por fin lográbamos cogerlo para traerlo de vuelta. Y luego era distinto, porque ya no tirabas a dar sino al suelo o al aire, porque habías visto los ojos a los que tenías enfrente y te habías dado cuenta de que eran como tú y de que tampoco ellos deseaban herirte o hacerte daño, que si la decisión sobre continuar o no con aquella guerra nos la hubieran dejado a nosotros, en ese mismo momento habría podido darse por terminada, que todo lo que queríamos era salir de aquellas trincheras pestilentes, desembarazamos de los fusiles y correr a abrazamos. Y entonces llegó la apoteosis. Debieron de comunicar nuestra posición por radio y empezaron a atacarnos desde el aire, que toda una escuadrilla de bombardeos se puso a planear por encima y a arrojamos toda la mierda que podían. En pocos minutos el lugar se transformó en un infierno, que era como si la tierra entera estuviera reventando a nuestro alrededor. Entonces uno de nosotros señaló hacia el arroyo y empezó a gritar como loco. Volvimos para allí la cabeza y nadie que haya visto aquello podrá olvidarlo nunca, porque Pascual había vuelto a escaparse y estaba pastando tan campante en su lugar predilecto mientras las bombas estallaban a su alrededor. Y también nosotros nos pusimos a hacer lo mismo, a saltar y a dar brincos como si las bombas, igual que pasaba con él, no pudieran hacemos daño, o como si no nos importara lo más mínimo que nos cayeran encima y nos reventaran la cabeza, porque estábamos hartos de estar metidos en aquella zanja de mierda. Así estuvimos hasta que se acabó el bombardeo y, levantando la bandera de tregua, salimos corriendo en busca de Pascual. Los nacionales hicieron lo mismo, que también lo habían visto todo y no estaban menos conmovidos que nosotros. El caso es que llegamos al lugar, que estaba agujereado como un queso, y allí estaba Pascual. Intacto, tranquilo, ajeno a lo que estaba pasando, dedicado a esa tarea absorbente, la de seguir comiendo hierbas y florecitas. "


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