Mundo, demonio y carne (fragmento)Herman Wouk
Mundo, demonio y carne (fragmento)

"La casa parecía estar exactamente en las mismas condiciones que un mes antes, si no peor. Se encontraba llena de utensilios de carpintería, pilas de bloques de cemento, rimeros de maderas viejas, baldosas y cañerías de latón. También había muebles amontonados bajo telas embreadas y manchas de pintura. Paredes derribadas abrían su boca ante él. Persistente olor a pintura, polvo y estuco se percibía en el aire con más fuerza que cuando le había resultado odioso, durante los interminables meses de reconstrucción. El polvo levantado durante todo el día no se había posado aún y danzaba a la luz de las desnudas bombillas que Hawke fue encendiendo, una habitación tras otra, a las que iba pasando con creciente rabia; le llenó las narices y le hizo estornudar; giraba en remolinos alegremente y formaba nubes tras él mientras sus pies iban dejando huellas en el suelo. ¡Este era el trabajo concluido que le habían prometido! La casa colonial en toda su austera elegancia americana, el perfecto retiro de un escritor americano, en el mismo corazón del torbellino ruidoso de Nueva York, completada con el licor en el bar, el café en el fogón y la rubia en la cama.
Al llegar a la habitación del ático donde vivía, encontró en el escritorio una carpeta conteniendo un manojo de facturas y sujeta a ellas una alegre nota en una hoja del bloc encarnado que usaba el constructor. La nota decía que aquellas cuentas tenían que pagarse antes de que la obra siguiera adelante. Hawke miró los totales; subían por lo menos a quince mil dólares.
Telefoneó al constructor a su domicilio de Queens; marcó el número varias veces y dejó que el timbre sonara durante varios minutos, pero no obtuvo respuesta. Estaba demasiado furioso pata dormir. Entre el montón de correspondencia que había en su biblioteca se encontraba una carta muy seca de la Oficina de Reñí tas Públicas conminándole a que volviera a examinar la tasa que le correspondía por sus ingresos durante los dos últimos años, operación que había hecho sin ayuda de ningún contable. En su estado de excitación, aquel documento era un mal golpe.
Debe recordarse que Hawke había pasado casi de la noche a la mañana, desde vivir con quince o veinte dólares a la semana —gracias a andar millas para ahorrar el billete del metro a fin de poder comprarse un bocadillo— a una nueva existencia, donde el dinero le caía a chorros, a miles de dólares al mes. Él había hecho, sin duda, muchas cosas idiotas —empezaba a pensar que la casa era una de ellas—, pero también había realizado asuntos bien planeados. Tenía invertido dinero en los negocios de Hoag, quien demostró varias veces que aquello estaba bien concebido y merecía la pena. Compró valores públicos después de estudiar mucho el mercado; y Paul Winter, revisando sus propiedades en determinado momento, observó con sorpresa que su elección demostraba conocimiento y buen sentido. Desde entonces había ido haciendo inversiones en ampliaciones urbanas a largo plazo. Sus ganancias netas, contando el dinero invertido en la casa, estaban cerca de los doscientos mil dólares, resultando sorprendente en tan pocos años para un marinero del “Seabee” sin un cuarto. Pero poco lo tenía en dinero líquido. Sabía que no podría soportar fácilmente una revisión severa de contribuciones. Temía verse envuelto en dificultades económicas que no le dejaran seguir escribiendo; lo temió mucho más que el volver a dar largas caminatas por ahorrar el dinero del metro. "



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