Rumbo al mar blanco (fragmento)Malcolm Lowry
Rumbo al mar blanco (fragmento)

"El reloj dio las once y, durante los minutos que siguieron, le pareció que cada mujer que se acercaba era Nina que caminaba por la nieve hacia él para saludarle. Hola, hola. Una veintena de veces creyó verla y una veintena de veces corrió a su encuentro, con el corazón batiéndole en el pecho. ¡Tampoco era esa! En su cabeza la vio muchas veces tal y como había venido a él en tiempos, por la nieve, con los quitanieves aparcados alrededor como coches acorazados, llegando tarde al café Cantante, corriendo a saludarle en verano; chicas de triste azul. ¡Y cómo hacen las chicas azules y cómo son las blancas! Nervioso, examinó los horarios de la LNER y rememoró inquieto su conversación de la noche anterior. ¿Y si Nina hubiera decidido al final no acudir a su cita allí? Aquel desastroso último encuentro en el restaurante…
Pero ahí apareció de pronto, con sus largas piernas, sonriente, inclinando como una seta un paraguas escarlata contra la súbita y turbulenta racha de nieve que caía como flechas de lluvia, dirigiéndose a zancadas hacia él como si no hubiera pasado nada. Sin mediar palabra, bajaron apresuradamente hasta el muelle por el arcén peatonal de la grada para coches. Los automóviles pasaban despacio a su lado, titubeantes, por la temblorosa pasarela de hierro que conducía al embarcadero flotante, con los limpiaparabrisas agitando las antenas; bajo sus pies se iba congregando una multitud; por poco no los derribó. Por allí los coches circulaban en primera, muy despacio también, avanzando a sacudidas hacia los transbordadores a Woodside, a Rock Ferry y a Egremont. Veían los ferris de pasajeros alejarse lentamente de la marea, cruzando con cautela el Mersey como cangrejos. Del lado de Birkenhead, la nieve cruzaba por delante de las grúas de caballete recortadas contra el cielo. Un cuatro palos, el Herzogin Cecile, era atoado río abajo desde Wallaroo. Detrás de ellos, los coches seguían avanzando penosamente hacia el muelle entre remolinos de nieve, con sus neumáticos de globo envueltos en cadenas. El Herzogin Cecile desapareció de su vista. «Rodeando el cabo de Hornos, plumas blancas en la nieve, el golfo las reclama», cruzaba el verso por la cabeza de Sigbjørn mientras se desesperaban aguardando a que avanzara la multitud. "



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