La declaración de Alfred (fragmento)Robert Walser
La declaración de Alfred (fragmento)

"Si nos comportamos debidamente, dejamos menos huella en las almas. Se obligó a no perder la calma, pero yo podía verle la irritación. Me había estado hablando con sumo desatino, me levanté y allí la dejé, a ella, a quien, por así decirlo, admiraba un minuto antes. Me alejé del círculo profiriendo palabras malsonantes, y desde entonces la quiero, pues su imagen me llegó a lo más hondo del alma; veía su rostro continuamente, los ojos llenos de odio y de espanto; allí había también odio hacia sí misma. Pero ¿cómo puede alguien tomarse tan a mal un descuido? En aquel tiempo ella era la pobre, la reprendida, la delicada a quien yo había tratado con rudeza. Poco después la visité en su exquisito salón, por condescendencia, en cierto modo, y de hecho parecía estar encantada con mi alegre presencia; me saludó atentamente y con distinción, con una, ¿cómo lo diría? con una gracia que emanaba de la gratitud. No supe aprovechar el éxito lo más mínimo. Si las circunstancias lo permiten, puedo tener mucho éxito, pero me falta iniciativa para sacarle partido a una situación favorable. Sonreía, era feliz en su presencia, demasiado feliz, de hecho; estaba a mis anchas y no pensaba en esforzarme ni un poquito para que se divirtiera, la quería sin preocuparme por más detalles, sin preguntarle por sus deseos, hasta que me llamaron los negocios y tuve que alejarme de ella unos meses. Cuando regresé, siempre sólo ella en primer término de mis pensamientos, secundario el resto de asuntos, lo que de hecho ni tiene ya importancia, y me presenté en la casa en la que la había visitado tantas veces, y donde tanto habíamos intimado, tuve la corazonada de que ya no estaría allí, no entré ni siquiera para comprobar si había supuesto bien, confié en mi presentimiento; sabía que se había largado y me decidí a buscarla con la mayor discreción posible, evitando cuidadosamente levantar cualquier revuelo. Era primavera, y te advierto que fue para mí un tiempo de hechizo, las flores en la hierba y el amor floreciente en la tierra de mi alma; suena como si quisiera ahora recitarlo en versos, pero no tengo ninguna intención al respecto. Me miras con una mala cara… ¿Acaso te incomoda que exhiba todas mis reliquias? Eres tremendamente inteligente y ves lo feliz que soy contándolo todo, y tu inteligencia está por ello que echa chispas, pues se te ha metido en la cabeza que ya no me queda nada, que sólo soy un pobre mendigo. Me consideras, dicho sea de paso, un libertino, y te equivocas; y te molesta que te muestre mi lado bueno. Averigüé dónde se encontraba, le pedí a un músico, a un hombre en paro, que me acompañara, y así nos plantamos una noche que parecía indicada para la serenata como ninguna otra ante una casa muy bonita, y alta, que es donde ella se encontraba; él tocaba de maravilla. "


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