La ciudad de nadie (fragmento)Arturo Uslar Pietri
La ciudad de nadie (fragmento)

"La ciudad alta se quiebra y sube por las colinas. Por las callejas de un lado del Darro están los viejos muros del Albaicín, y más allá, Sacromonte, con las blancas cuevas de los gitanos. La calleja sube por el cerro haciendo zig-zag, y por las encaladas bocas de las cuevas sale un hervor de gitanos, vestidos con trajes de fiesta, que ofrecen zambras a todos los precios. Hay unas cuevas más famosas que otras: la de los Amayas, la de la Faraona. La Faraona es una mujeronaza corpulenta, llena de afeites, de abalorios y de trapos de colores, que comanda toda una tribu de bailarines de zambra. Desde el viejo guitarrista y las veteranas «bailaoras», hasta los más finos adolescentes y, un «churumbel» de meses, al que peinan con saliva y que recoge las castañuelas que caen al suelo para chuparlas. El interior de la cueva es espacioso y blanco de cal. Por todas partes cuelgan cacharros de cobre pulido que relumbran como oro. Las palmadas isócronas acompañan la guitarra, y al compás de ella se teje la danza con las manos alzadas tocando el techo y el vuelo de las faldas barriendo las paredes. Entre el canto y el baile, las voces restallan animando a los bailarines. «¡Ay ciudad de los gitanos, quién te vio y no te recuerda!»
Frente al Sacromonte se alza la Colina Roja, y sobre ella, la fortificada ciudadela que llamamos Alhambra. Todas las dulzonerías, todos los cromos, todo el más barato romanticismo, no han logrado destruir ni aminorar el prodigio de gracia y de belleza de este alcázar.
No pertenece a la época de gran esplendor de la conquista árabe. Todo lo que en la mezquita de Córdoba es piedra labrada, aquí es estuco, tapia y madera. No debió tener nunca la majestuosa grandeza de la Medina Azahara de Abderramán III. Era el palacio de la pequeña y decadente Corte de los príncipes de la dinastía Nazarita. Gentes que no estaban para conquistar nada, sino para conservar, en el lujo, la molicie y el placer, aquel pedazo de paraíso de Alá, cercado por la dura intolerancia de los príncipes cristianos. Está hecha con una extraordinaria sabiduría del placer que puede alcanzar el ser humano con las proporciones, las formas, los colores, la luz, la sombra y los reflejos. Cada patio es una unidad de gracia diferente. El de los Arrayanes es de agua dormida y mucho cielo y altas galerías labradas como encajes. El de los Leones es de fuente de agua viva y menudos pabellones salientes y bajos, que permiten colocarse en todos los grados posibles de tamización de la luz y de graduación del rumor del agua a través de los arcos y de las colinas. En el friso, el cartucho de letras árabes repite incesantemente: «Sólo Dios es el Vencedor».
La Alhambra lleva a la perfección el ideal del huerto sellado, que amaban los orientales. Toda su gracia está detrás de los muros desnudos y amenazantes que la anuncian como una fortaleza. En ninguna parte se ve mejor este contraste que en sus anchas torres. Por fuera se asoman al precipicio, desnudas de todo ornamento; pero, interiormente, son breves y maravillosos palacios, hechos con los más graciosos arcos, las más hermosas combinaciones de colores de los alicatados y las paredes recubiertas de estuco labrado como encaje. Por las finas ventanas gemelas se divisa la lejana Sierra Nevada o la verde vega abierta. "



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