Un río llamado tiempo, una casa llamada tierra (fragmento)Mia Couto
Un río llamado tiempo, una casa llamada tierra (fragmento)

"Era la voz antigua de las mujeres, en el tiempo de mi infancia. Me llamaban para encender la lumbre. Cumplían un precepto de otrora: solo un hombre podía iniciar el fuego. Las mujeres tenían la tarea del agua. Y así se rehacía lo eterno: en la cocina se fundían, bajo un gesto de mujer, el fuego y el agua. Como en los cielos los dioses moldeaban la lluvia y el relámpago.
La cocina me transporta a dulzuras distantes. Como si en lo empañado de sus vapores se fabricara, no el alimento, sino el tiempo mismo. Fue en aquel suelo donde inventé juguetes y garabateé mis primeros dibujos. Allí escuché conversaciones y risas, ondular de vestidos. En ese lugar recibí los condimentos para crecer.
No era solamente la casa lo que nos distinguía en Luar-do-Chão. Nuestra cocina nos diferenciaba de los otros. En toda la isla las cocinas están afuera, en medio de las huertas, separadas del resto de la casa. Nosotros vivíamos al modo europeo, cocinábamos adentro, comíamos encerrados. Al principio, incluso hubo resistencia. Recuerdo que mi abuela llevaba las fuentes y las ollas, adentro y afuera, afuera y adentro. Otras mujeres pasaban equilibrando latas de agua en las cabezas, como si escucharan el compás de la tierra bajo los pies descalzos. Y la puerta de red, en soñoliento batir y rebatir. El mortero, fiel al suelo. Y tum-tum-tum, la danza de las mujeres moliendo. Mucho pero mucho me gustaba ver a la tía Admirança esgrimiendo el cuerpo contra el grano.
Es ella quien está moliendo ahora, pulverizando los granos de maíz. En ceremonia de muerto hay que alimentar a los vivos. Y parece que el apetito aumenta ante la presencia de los difuntos. Ya le ofrecí ayuda, pero ella sonrió: el mortero no es función de macho. Alcanzaba con que me quedara allí, que ya la ayudaba lo suficiente. El sudor le corre por la frente y, salpicando, gotea sobre el maíz. Perfecto, pensé, la comida tendrá su sabor. La mano acomoda una madeja, como si esa cabellera suya tuviera sentido. Después, con una ondulación, curva todo el cuerpo, perfeccionando su redondez. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com