A pie por Extremadura (fragmento)Josep Maria Espinàs
A pie por Extremadura (fragmento)

"Empieza una subida, que previsiblemente se irá prolongando. Estamos rodeando el extremo norte de la encastillada Sierra de Viejas, el valle se va estrechando. La carretera no está tan bien conservada como la de Navalmoral de la Mata, en los márgenes hay maleza que avanza sobre el asfalto. Tenemos que ir apartándola, y en caso de pasar coches podría rayarlos, pues son zarzas poderosas. Aunque lo que son coches, no pasa ninguno. El único que vemos está parado. Me acerco a él, en el interior hay sólo una mujer. Le pregunto si necesita algo. Me dice que no, gracias. Espera a que vuelva su marido, que está limpiando la presa del río Viejas.
Más adelante, el paso queda más encajonado todavía entre la abrupta vertiente de la sierra que dejamos atrás y, en el lado opuesto, un alto y voluminoso conglomerado de piedra, al que llaman justamente El Frontón por su lisa verticalidad.
En el punto donde se ensancha ligeramente hay una piscifactoría, aprovechando una confluencia de aguas. Se trata de una construcción muy baja, cubierta, con las paredes laterales transparentes. Aquí deben de multiplicarse las truchas.
En la soledad y el silencio, hasta ahora permanentes, se oye el canto de los ruiseñores, limpísimo, como contrapunto perfecto al suave rumor del río y de la respiración de un aire que sigue circulando, fresco.
Comienza a lloviznar y nos cubrimos con las ligeras capas de plástico, con capucha.
Oímos unas voces, más adelante. No logro distinguir si se trata de animales o de personas. Acabamos por ver, al otro lado del río, un grupo de recolectores de corcho, y un par de mulas. Un poco más arriba, también en la otra orilla, cuatro hombres están desayunando, también con dos mulas cerca. El chirimiri ha parado. En más de una ocasión me he preguntado, durante estos viajes, por qué cuando veo pastores, o leñadores, o gente que trabaja, están siempre al otro margen del río; nunca en el lado en que estoy yo. Los veo en un punto al que el barranco me impide llegar, sólo me queda gesticular. La aproximación y el diálogo resultan imposibles. No puedo evitar preguntarme «¿por qué están allí y no aquí?» con una pizca de irritación, pero he aprendido a repetirme también la respuesta, la aceptación: hay que saber seguir el camino, que es tanto como decir la vida, conociendo las propias limitaciones, sabiendo que muchas cosas quedarán al margen.
Los hombres que acabo de ver tenían, cerca de las mulas, un montón de corteza de alcornoque apilada. Ahora paso junto a una dehesa de alcornoques magnífica, los troncos gruesos, las ramas robustas, pero sobre todo las franjas amarillentas que la corteza recién arrancada ha dejado en los troncos, esa piel vegetal, de un amarillo que va sutilmente del anaranjado al vainilla. Esa piel que tiene una desnudez adolescente, aparecida bajo la costra rugosa y agrietada formada con los años. Esa superficie tierna, que recibe por primera vez la lluvia y el sol, tomará luego el color del vino, después un morado penitencial, y finalmente se volverá negra. Este es el calendario visible, paciente y emotivo del alcornocal. "



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