La vida normal (fragmento)Dulce Maria Cardoso
La vida normal (fragmento)

"¿Puedo ir a ver el partido con vosotros?, me preguntó Milena en un mensaje al principio de la tarde. Si hubiese sido un día normal en el que sólo hubiese estado triste, si la causa de mi tristeza no hubiese sido la imposibilidad de poder acompañar la excitación expectante de toda la gente que me rodeaba, de toda la gente que inundaba los cafés, la playa, la calle, de toda la gente que salía en la televisión, si yo no hubiese estado rodeada de personas a las que quería y que se habían convertido en unas desconocidas, si yo sólo hubiese estado triste, habría dudado en aceptar que Milena viniera a ver el partido con nosotros, ya que, excepto en el plano afectivo, Milena había tenido más éxito que yo, y los días en que me sentía triste no podía no atribuir mi fracaso al éxito de Milena, no podía no sentirme culpable por haber fallado cuando aparentemente era tan fácil ganar. Sin embargo, aquel día recibí con agrado su mensaje, pues con ella tendría la oportunidad de averiguar si el cambio que tanto me angustiaba tenía que ver conmigo o con los demás. Si Milena me seguía reconociendo y yo seguía reconociéndola a ella, querría decir que yo no había cambiado, que lo que yo sentía como nuevo no había empezado en mí, y que, por tanto, yo seguía igual. Por el momento. Era imposible seguir siendo igual durante mucho tiempo cuando todo cambiaba alrededor. Sabes de sobra que siempre eres bienvenida, le contesté con los respectivos emojis de celebración, sin olvidarme el especial de fútbol.
Todavía faltaba más de una hora para que empezase el partido cuando Milena llamó a la puerta. Tenía los pómulos dorados por el sol. Los pantalones cortos caqui mostraban sus piernas, que, largas y esbeltas, parecían inmunes a los daños del paso del tiempo. Jorge había ido al supermercado y la abuela me hacía compañía sentada a la mesa de la cocina. Por su expresión descansada, me dio la sensación de que había dejado de pensar en el señor Pereira o en cualquier otra preocupación, que estaba allí con nosotros, en el presente, y que se sentía contenta de volver a ver a Milena. He traído esto, dijo Milena, tendiéndome una bolsa de exquisiteces, lujosas para mi presupuesto familiar, y dirigiéndose después al frigorífico, donde puso a enfriar las dos botellas de champán que sacó de la bolsa. Caminaba como si no supiese andar sin hacer suyo todo lo que pisaba.
Con las botellas de champán en la mano, Milena volvía a ser la joven que hace muchos años entró en casa de mamá con una botella chic en la mano. Muêe Chandon, dijo esmerándose en poner acento francés, Muêe Chandon, repetimos las dos poniendo los labios como si fuéramos a silbar, intentando repetir el nombre que Milena había oído en la tienda de donde había traído la botella, una tienda fina de Estoril que estaba justo encima del Hotel París. Era la más cara, dijo satisfecha, si vamos a celebrar tu libertad, tenemos que hacerlo como es debido. En aquella época, Milena no tenía dinero para nada y nunca he sabido cómo pudo conseguir aquella botella para consolarme porque Marco me hubiera dejado. "



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