El cuerpo (fragmento)Mircea Cartarescu
El cuerpo (fragmento)

"Para Soile, él no es un hombre, sino una especie de divinidad. Esas visitas anuales le parecen verdaderas procesiones, peregrinaciones fabulosas, sus únicas fiestas. Tanto ella como su madre se preparan durante medio año para ello. Me ha sido imposible adivinar por qué van y qué sucede verdaderamente allí; al fin y al cabo, ¿cómo puedes saber cómo se transforma, en la banda de Moebius, la verdad en ficción? Y, en definitiva, querido Pilatos, «¿qué es la verdad?» Puedo creer, a partir de lo que ella cuenta, que el doctor le presenta unas láminas con mariposas de tinta, pues conozco el test de Rorscharch, pero no puedo creer que en una determinada lámina multicolor vea siempre ella el icono del arcángel san Miguel y que se arrodille ante él. Puedo creer que, hipnotizada, recuerde su infancia más temprana y que se esfuerce por arrancarse el corazón del pecho, pero que, durante este trance, flote desnuda en medio de la habitación, entre el suelo y el techo, y que el médico, agachado debajo de ella, le coloque el estetoscopio helado entre los omóplatos… Que, al contemplar la pantalla de la radiografía, haya visto sus huesos y que todos sean de colores, cada uno de un color distinto, las clavículas moradas, las costillas doradas, las vértebras de tonos pastel como una guirnalda de flores, los fémures de un verde pálido, el cráneo moteado como un mapa político y solo el hioides, el único hueso que no está unido a los demás, transparente como una grapa de cristal…» Le contaba también que al final de la consulta ella salía al pasillo, donde esperaba sentada en el cojín blando de un taburete. A continuación oía siempre, al cabo de un rato, unos extraños ruidos en el despacho que culminaban en unos suspiros y poco después los gemidos profundos de su madre, unos gritos roncos que Soile no entendía y que le daban un miedo de muerte. Pero su madre aparecía enseguida, severa y tranquila como de costumbre, y entonces podían ya regresar a casa, siempre por el mismo camino. El resto de los días los pasaban en casa. Vivían ambas de la pensión del padre de Soile, fallecido en 1949, unos meses antes de su nacimiento. Como tenía nombre alemán, Ingo Bach había sido deportado después de la guerra y sometido a trabajos forzados en los Urales. Allí contrajo la escarlatina y pidió su repatriación. Y, en cierto modo, la consiguió, pues, asustados por la enfermedad contagiosa, los rusos lo plantaron en la puerta del campo, vestido con harapos, sin dinero, sin saber con exactitud dónde se encontraba, solo que estaba en medio de Rusia, y le dijeron: «¡Lárgate!». E Ingo recorrió, solo él sabía cómo, toda Rusia, de pueblo en pueblo, de isba en isba, y llegó a casa, consiguió curarse, conocer a la madre de Soile, casarse y dejarla embarazada antes de que lo detuvieran las autoridades rumanas. Una noche en el año 1948 fue sacado de casa, interrogado, torturado (si es que crees al desconocido que compartió con él la celda durante una temporada y que, con mucha cautela, visitó más adelante a la madre de Soile) y dado más tarde por desaparecido, sin dejar rastro ni dar explicaciones. En la única fotografía de Ingo te sonreía extrañamente un hombre inusualmente alto, delgado, de huesos frágiles. Antes de morir, le rogó a aquel amigo que le dijera a su esposa que quería que la niña a punto de nacer (¿por qué sabía que sería una niña?) se llamara Soile, como una antepasada fallecida mucho tiempo atrás y que había sido, al parecer, artista de circo. Soile era un nombre finlandés, emanaba frío y una luz de aurora polar. "


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