La feria del mundo (fragmento)E.L. Doctorow
La feria del mundo (fragmento)

"A Donald le dolieron sus palabras, pero no cambió de costumbres. Sus verdes ojos miraban con desafío. No me paré a pensar, ni tampoco mi madre, la vida que llevaba Donald, que iba bien en sus estudios, sacaba buenas notas, trabajaba todo el día los sábados y estaba estudiando música. Me bastó el vívido testimonio de mi madre para imaginármelo yendo a la cárcel. Una tarde fui con precaución a ver la infame tienda, teniendo buen cuidado de ejercer mi vigilancia desde la acera de enfrente, desde el observatorio de la panadería Morton.
Vi a mi hermano y sus amigos en un grupo de chicos y chicas mayores. Se movían constantemente. Se apoyaban en el quiosco que había enfrente de la confitería o se sentaban en el guardabarros de un coche aparcado allí cerca. Uno de los chicos agarró a una chica por detrás, luchó con ella, la rodeó con los brazos y ella gritaba y se reía también. Dos de los chicos estaban en pleno combate de boxeo, pero sin golpearse en serio. Vi a Donald hablando con una chica rubia mientras fumaba con ostentación un cigarrillo. En ese momento, no sé por qué motivo, se dio cuenta. Fue sólo una ojeada, pero incluso desde el otro lado de la calle supe por la mirada que me echó que no debía decir ni una palabra de él o mi vida habría acabado.
Todo aquello me hizo pensar. Veía a mi hermano cambiar, pero en mí no detectaba la menor diferencia. No parecía más alto en el espejo. No me sentía mayor ni nada parecido. Mientras tanto, sobre el labio superior de Donald apareció un fino bigote. Su voz se hizo más profunda. Tenía muchos cambios de humor y su pasión por la música aumentó. Empezó a pedirle discos a mi padre en vez de las propinas. Ahora estudiaba el piano a diario y sin necesidad de decírselo. Era ya mejor pianista; ya no había aquellos torturantes retrasos que yo recordaba de otros tiempos, cuando en medio de una pieza la vida quedaba en suspenso mientras esperábamos a que Donald encontrase las teclas para el siguiente acorde. Cuando acababa de estudiar la lección, cogía su cuaderno de música, en el que tenía aires de swing copiados del stock de partituras de mi padre, y los tocaba. El tío Willy se había ido de nuestra casa después de la muerte de la abuela; había alquilado un pequeño apartamento en el West Side de Manhattan, no lejos de Hippodrome Music. De modo que Donald volvió a su antigua habitación y colgó en la pared el banderín del tío Willy —aquel púrpura que ponía BILLY WYNNE Y SU ORQUESTA— a modo de desafío y propósito incontenible, como diciéndole al mundo que más le valía prepararse porque llegaba él.
Una víspera de Año Nuevo, mis padres lo dispusieron todo para salir y hubo una gran pelea familiar porque Donald ya no quería quedarse conmigo como había hecho hasta entonces los fines de año. Quería ir a una fiesta con sus amigos. Esa noche mi padre iba de esmoquin y mi madre llevaba un vestido largo azul pálido con mangas de encaje. Les brillaban los ojos con la emoción y me sentí triste y abandonado viéndolos prepararse. Mi padre se puso una faja negra satinada en la cintura, dejando a cargo de mi madre la discusión con Donald. Me gustaron mucho los botones de la pechera y de los puños, y me enseñó cómo se ponían. Pero no fue suficiente compensación por su abandono, y además dejándome a cargo de mi ofendido hermano con bigote. "



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