Sofia Petrovna, una ciudadana ejemplar (fragmento)Lidia Chukóvskaya
Sofia Petrovna, una ciudadana ejemplar (fragmento)

"Sofia Petrovna le dio vueltas a la nota entre las manos. ¡Dios mío, cuántas contrariedades al mismo tiempo! Kolia, luego Natasha y ahora Alik. Pero Alik, sin duda, tenía la culpa: seguro que había dicho alguna tontería en la reunión. ¡Se había vuelto tan brusco! El día de su partida, cuando ella le preguntó una vez más con precaución si Kolia no frecuentaba malas compañías, se ruborizó, se apretujó contra la pared y le gritó: «Pero ¿se da cuenta de lo que acaba de preguntar? ¡Kolia no es culpable de nada! ¿Qué pasa? ¿Acaso lo duda?». Desde luego que no era culpable de nada, era ridículo incluso decirlo, pero tuvo que darles algún motivo para que se ofendieran, ¿no? Y ahora, Alik, seguramente, en una reunión había soltado alguna impertinencia a los jefes. Desde luego, tenía que defender a Kolia, pero con cierta cautela, con tacto, con moderación.
A Sofia Petrovna le dolía la cabeza. Era como si la reunión aún no hubiese terminado. En sus oídos resonaba todavía la voz de Timoféiev. Sentía un peso en el pecho, le parecía que la voz de Timoféiev le oprimía el pecho. ¿Y si se acostaba? No, no serviría de nada. Decidió tomar un baño.
Había algo en las palabras de Timoféiev que la dejaba helada. Le daba la impresión de que si tomaba un baño se le pasaría al instante. Fue a buscar leña al trastero y encendió la caldera. Antes era siempre Kolia quien iba a buscar la leña, luego lo había hecho Álik, y desde la segunda partida de Álik a Sverdlovsk, se había ocupado de ello Natasha. ¡Ah, este Álik! Desde luego que era un buen chico y fiel a Kolia, pero demasiado brusco. No podía hablar así, de una manera tan tajante. ¿Y si era por su brusquedad que Kolia estaba en la cárcel? Un día, en la cola, en la calle Shpalérnaia, cuando ella le dijo que habían vuelto a rechazar el dinero para Kolia, gritó en voz alta: «¡Malditos burócratas!». Quizá también se había comportado así en Sverdlovsk, en la fábrica.
Sofia Petrovna abrió el agua, se desvistió y se sentó en la bañera, una ancha y blanca bañera comprada por Fiódor Ivánovich. No tenía ganas de lavarse. Permaneció tumbada, sin moverse, con los ojos cerrados. ¿Cómo sería ahora para ella la oficina sin Natasha? ¡Y todo por culpa de esa Erna Semiónovna! ¡Y pensar que hay gente así de mezquina y envidiosa en el mundo! Bueno, no importaba, Natasha encontraría otro trabajo, en algún lugar no lejos de allí, y seguirían viéndose a menudo. ¡Ojalá Kolia volviera pronto!
Yacía allí, contemplando sus manos deformadas por el agua. ¿Acaso la secretaria del director era una saboteadora? Sería mejor no pensar en eso. Qué día tan atroz. La reunión seguía oprimiéndole el pecho. Permanecía tumbada con los ojos cerrados, en calor y en paz.
En la cocina alguien había apagado un hornillo Primus, y enseguida se oyeron voces y estrépito de vajilla. La enfermera, como de costumbre, estaba diciendo algo hiriente. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com