Las tres de la mañana (fragmento)Gianrico Carofiglio
Las tres de la mañana (fragmento)

"Cruzamos el umbral. Había una gruesa cortina negra de plástico que separaba el interior del exterior. Un más allá respecto al mundo real, otra dimensión.
Recuerdo aquello como si lo tuviera delante en este momento: la iluminación era fría y violenta, parecida a la de los depósitos de cadáveres que salen en las películas, y el espacio mucho más grande de lo que uno habría imaginado. Desde fuera parecía una pequeña tienda de unos pocos metros cuadrados. Superada la cortina, en cambio, se accedía a un local amplio y profundo. Paredes llenas de estanterías con la parte central ocupada por largas vitrinas y cinco o seis clientes que ponían mucho esmero en no cruzarse las miradas. El único empleado era un chico delgado, de aspecto normal, poco mayor que yo, sentado detrás de la caja y que jugaba al ajedrez solo.
Las revistas y los vídeos estaban ordenados ostensiblemente por temas: orgías, lesbianas, disciplina, gay, fustas, animales. El surtido de objetos era para todos los gustos; aceites y pomadas que prometían en cuatro lenguas diferentes espectaculares aumentos de tamaño –«hasta ocho centímetros» estaba escrito en una caja provista de dibujos que no dejaba nada a la fantasía del cliente.
De vez en cuando me fijaba en lo que hacía mi padre. Se movía a sus anchas entre las estanterías examinando todo con atención, como si fuera en busca de ideas con que valorar la actividad comercial en cuestión. En un momento dado cogió una fusta –un látigo de nueve colas, para ser exactos– y la probó golpeándose delicadamente el antebrazo.
Al fondo estaban las cabinas. Me acerqué a echar un vistazo: al lado de cada una había un cajetín. Introduciendo cinco francos se podía entrar, elegir un film de entre un vasto repertorio (dividido en áreas temáticas como las estanterías) y disfrutar de la visión privada durante unos minutos, con las consecuentes prerrogativas.
En cada puerta había un letrero: «Prière de laisser cet endroit aussi propre que vous désirez le trouver en entrant». Se ruega dejar el lugar tan limpio como les gustaría encontrarlo al entrar.
Tuve la tentación de introducir los cinco francos, es más, tenía ya la mano en el bolsillo buscando las monedas cuando oí una secuencia de sonidos no articulados, fuertes y guturales, como de alguien que se está aclarando enérgicamente la garganta. Procedían de una de las cabinas y se mezclaba con una respiración afanosa que aumentaba rápidamente hasta concluir en un estertor impresionante. "



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