Historia de un viaje de seis semanas (fragmento)Mary Shelley
Historia de un viaje de seis semanas (fragmento)

"Hemos regresado de visitar el glaciar de Montanvert o, como también se le conoce, el Mar de Hielo, una escena que produce ciertamente un
asombro vertiginoso. El camino que serpentea hasta él por la falda de la montaña, cubierta ahora de pinos, salpicada después de hondonadas nevadas, es ancho y empinado. La cabaña de Montanvert está a una distancia de tres leguas de Chamouni, la mitad de la cual se recorre a lomo de mulas, de pisadas no tan firmes, puesto que el primer día aquélla en la que iba yo montada tropezó y cayó en lo que los guías llamaron un mauvais pas, de modo que me libré por poco de precipitarme montaña abajo. Pasamos sobre una hondonada cubierta de nieve, por las que suelen caer rodando grandes piedras. Había caído una el día precedente, poco después de que regresáramos: nuestros guías nos insistieron en pasar con rapidez, porque se dice que, en ocasiones, el más leve sonido puede acelerar su caída. Llegamos, sin embargo, seguros a Montanvert.
Montañas escarpadas, hogar de hielos perpetuos, circundan el valle por todos sus lados: sus laderas están cubiertas de grandes acumulaciones de hielo y nieve, y aparecen hendidas por simas pavorosas. Las cumbres son pináculos afilados y desnudos, tan empinados que la nieve no puede encontrar asiento sobre ellos. Líneas de hielo deslumbrante ocupan aquí y allá las grietas perpendiculares, y brillan a través de los vapores errantes con brillo inefable: horadan  las nubes como cosas que no pertenecen a este mundo. El propio valle está colmado de una masa de hielo ondulante, que asciende gradualmente hasta los más remotos abismos de estos terribles desiertos. Tiene tan solo media legua (como dos millas) de anchura, pero parece mucho menos. Su apariencia sugiere que el hielo haya inmovilizado las ondas y remolinos de un poderoso torrente. Caminamos alguna distancia por su superficie. Las olas se elevan como doce o quince pies desde la superficie de la masa, que está entrecruzada de largas grietas de profundidad insondable, el hielo de cuyas paredes es de un azul más hermoso que el del cielo. En estas regiones todo cambia, todo está en movimiento. Esta vasta masa de hielo muestra un progreso incesante, que no se detiene ni de día ni de noche, que se rompe y estalla sin cesar, algunas ondulaciones se hunden mientras otras se yerguen, nunca es igual. El eco de las rocas, o de la nieve y el hielo que caen de los elevados precipicios, o que ruedan desde las cumbres, apenas de detiene un instante. Uno pensaría que el Mont Blanc, como el dios de los estoicos, fuera un gran animal, con la sangre helada circulando para siempre por sus venas de piedra. "



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