Blanco (fragmento)Bret Easton Ellis
Blanco (fragmento)

"Ocurrió que por entonces llevaba casi cinco años conviviendo con un millennial (veintidós años más joven que yo), y a veces me encantaba y otras me exasperaba la manera de vivir de mi pareja y sus amigos, así como la de otros milennials que había conocido y tratado tanto en persona como a través de las redes. En los últimos años había tuiteado mi diversión y frustración bajo la etiqueta «Generación Gallina». Mis comentarios, muy generales, reflexionaban sobre la sensibilidad a flor de piel de los millennials, su sensación de tener derecho a todo, su insistencia en tener siempre la razón a pesar de las en ocasiones abrumadoras pruebas en contra, su incapacidad para considerar las cosas en su contexto, su tendencia general a la reacción excesiva y al optimismo pasivo-agresivo… Por cierto, todas estas faltas se cometían solo a veces, no siempre, y posiblemente venían exacerbadas por los medicamentos que muchos de ellos llevaban tomando desde la infancia por iniciativa de unos papás y unas mamás hiperprotectores que controlaban todos sus movimientos. Estos padres, ya fueran los últimos representantes del baby boom o los primeros de la Generación X, ahora parecían estar rebelándose contra su propia rebeldía porque nunca se habían sentido queridos por sus egoístas y narcisistas padres, auténticos hijos de la explosión de natalidad, y en consecuencia sofocaban a sus retoños y no les enseñaban a enfrentarse a las dificultades de la vida, esas que derivan de cómo funcionan la cosas en realidad: a lo mejor no le gustas a la gente, quizá esta persona no te corresponda, los niños son crueles, el trabajo es una mierda, cuesta destacar en algo, tus días se compondrán de fracasos y decepciones, no tienes talento, la gente sufre, la gente envejece, la gente muere. Y la respuesta de la Generación Gallina consistía en caer en el sentimentalismo y crear discursos victimistas en lugar de lidiar con la fría realidad peleando, asimilándola y superándola, y estar mejor preparado para manejarse en un mundo a menudo hostil o indiferente, al que no le importa que existas.
Nunca me creí un experto en millennials: mis inofensivos tuits se basaban enteramente en observaciones personales. Las reacciones a los tuits, como era de esperar, dependían de la generación. Una de las peores discusiones con mi compañero tuvo lugar cuando comenzamos a vivir juntos, en 2010, y giró en torno al suicidio de Tyler Clementi en Nueva Jersey ese mismo año. Clementi era un estudiante de Rutgers de dieciocho años que se suicidó porque se sentía acosado por su compañero de habitación. Dharun Ravi nunca lo había tocado ni amenazado, pero, sin saberlo Tyler, había utilizado la webcam del ordenador de la habitación para filmarlo montándoselo con otro hombre y luego lo había comentado por Twitter. A los pocos días Tyler, profundamente avergonzado por la burla, se había arrojado del puente George Washington. La pelea que tuve con mi compañero millennial fue por el acoso cibernético y las amenazas imaginarias frente a las reales y los ataques físicos de cualquier tipo. ¿Se trataba en este caso de un «copito de nieve» (disfrutaba empleando el término porque, sorprendentemente, parecía tocar numerosas fibras sensibles) de una Generación Gallina extraordinariamente sensible, y la trágica muerte se había convertido en una noticia de alcance nacional porque el acoso a través de las redes estaba de moda? ¿O un joven terriblemente sensible se había derrumbado bajo el peso de la vergüenza y después unos medios de comunicación prestos a prescindir del contexto lo habían convertido en un héroe/víctima (para los millennials, víctima y héroe son lo mismo) y habían transformado a Ravi en un monstruo porque le había gastado una bastante inofensiva novatada universitaria? La gente de mi edad tendía a estar de acuerdo con mis tuits sobre el caso, pero la generación de mi novio por lo general discrepaba vehementemente. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com