Los señores del té (fragmento)Hella Haasse
Los señores del té (fragmento)

"Mamá no se sentía nada bien, estaba embarazada de nuestra hermanita, que falleció en el viaje de vuelta. Ya llevamos nuevamente seis meses aquí, y me pregunto para qué ha servido todo el trajín de empacar y desempacar, de hospedarnos en hoteles y habitaciones amuebladas. Me habría gustado quedarme un año más en Holanda, o en Lieja, para sacar el título de maestra, porque creo que tengo las dotes necesarias para ejercer como tal. También podría haber aceptado el puesto de ayudante en el internado de Lieja, pero mamá necesitaba ayuda en el barco, por los pequeños. Rose es muy perezosa, y aunque Marie es espabilada cuando quiere, la mayoría de las veces no le viene en gana. En fin, la decepción se me pasó cuando pude cuidar de Herman y Philip tras la muerte de la pequeña Betsy. Es la cosa más horrible que he visto jamás. Aquel cuerpecito diminuto, tieso y envuelto en una lona… Mamá no quiso que la echaran al mar. Suplicó y gritó tanto que decidieron guardar el pequeño cadáver a bordo, para que pudiéramos sepultarlo en Padang, junto a los dos hermanitos que murieron cuando papá era juez en esa ciudad. Betsy llevaba el mismo nombre que mamá: Aleida Elisabeth Reiniera. Más tarde mamá le reprochó a papá el haber elegido ese nombre. Dice que nunca en una misma familia dos personas han de llevar el mismo nombre, porque trae mala suerte. Como tampoco quiso que ninguno de los varones se llamara igual que los hermanitos fallecidos, porque ello supondría no guardarles la memoria debida.
Mamá tenía tan sólo quince años cuando conoció a papá. El abuelo Daendels era por aquel entonces asistente del Residente de Moyokerto, y papá secretario del juzgado de Surabaya. Según parece, papá en seguida se enamoró locamente. Mamá era una muchacha muy alegre según papá, y muy buena con sus hermanas pequeñas y su hermano. La madre había fallecido siendo aún muy joven. El abuelo Daendels padecía una enfermedad incurable. En su lecho de muerte le dio permiso a papá para hacer la corte a su hija. Cuando lo mandaban a Probolinggo, por las tardes, después del trabajo, papá se pasaba a caballo por la plantación de Waru, donde mamá vivía con su tutor. Papá le lleva a mamá doce años. Ella le dio el sí poco antes de partir para Holanda con su madrastra y los otros niños. La familia Daendels de Hattem consideraba que papá no tenía ralea suficiente, por ser de procedencia burguesa, mientras que mamá pertenece en realidad a un linaje de regentes. ¿No le vendrían nunca dudas durante aquellos dos años que pasó en Holanda? ¡Era tan joven todavía! Pero ya llevaba el anillo regalo de papá que la abuela le puso por encargo de su hijo, la primera vez que mamá visitó a la familia Roosegaarde. Ese anillo todavía lo lleva. Cuando cumplió los dieciocho años, se volvió a las Indias en compañía de unos conocidos y se casó en Surabaya. Papá lo es todo para ella; él decide por ella, y ella lo admira y respeta. No creo que pudiera vivir sin él. Papá adora a mamá, aunque la considera propiedad suya, y considera natural que ella no sepa hacer nada ni sea nada sin él. Es un hombre buenísimo y sensato, pero siempre es él quien manda. Mamá nos leyó alguna vez unos fragmentos de las cartas que papá le escribía cuando estaban prometidos, y en las que se refiere varias veces a la «jaulita» que estaba preparándole. ¡Como si se tratara de mantenerla encerrada! ¡Como si ése fuera su destino! Ya sé que no resulta procedente que cuestione ciertas cosas del matrimonio de mis padres, pero tengo la sensación de que hay algo que no acaba de aflorar a la superficie. "



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