Karl y Rosa (fragmento)Alfred Döblin
Karl y Rosa (fragmento)

"Con eso mostraban a las masas que los dados ya habían caído. Con eso pensaban decidir a los indecisos y moverlos, ante todo, a empuñar las armas.
Dominaban el tiro. La mañana del 6 de enero alboreaba. Hoy se pondrían en marcha.
Hoy harían el nudo y pondrían la cuerda al cuello del infame militarismo prusiano.
Hoy se pondría el gancho del que colgarían a esa fuerte criatura sedienta de sangre, que patalearía con el casco puntiagudo en la cabeza y el monóculo en el cínico rostro.
Pero resultará que los jueces y verdugos tropezarán con sus propios pies al hacer el nudo y al poner la cuerda, y caerán ellos mismos de bruces en medio del nudo. Y el delincuente, que creía sonada su última hora, aprovechará ese momento, dará un salto y pondrá la cuerda al cuello del verdugo y del juez, e izará con fuerza y manos entrenadas a la pataleante víctima —otra vez su víctima—, tirará de la cuerda, y los propios alguaciles del tribunal le prestarán su ayuda. Eso será el momentáneo Gobierno republicano, instaurado por la revolución, la socialdemocracia gobernante, cuyo nombre maldecirá la posteridad. La revolución alemana colgará de esa cuerda, pero, invisibles, con ella colgarán millones de seres todavía vivos en Europa, Asia y África.
La mañana había llegado, y era hora de poner en marcha los planes que la noche había producido.
Se reunieron unos cientos de hombres armados en el patio de las Caballerizas, y recibieron órdenes de ir al Ministerio de la Guerra, Leipziger Strasse, y exigir la entrega del edificio. A uno de ellos se le entregó, a modo de legitimación, la proclama redactada durante la noche.
Alrededor de trescientos marineros subieron a los camiones, cada uno de ellos equipado con una ametralladora, y salieron rugiendo hacia la tranquila ciudad, bajando la Breite Strasse, cruzando el Gertraudenbrücke, el Spittelmarkt, hacia la Leipziger Strasse, pacíficas calles burguesas que no suponían a qué espectáculo iban a asistir, el primer escenario, al que nadie prestó atención, de una abismal tragedia a cuyo fin muchas de esas casas serían presa de las llamas. También los camiones con los alegres trescientos marineros rodaban tranquilos y buscaban el edificio que querían tener, el Ministerio de la Guerra. Era una casa antigua, alargada, inane, de paredes lisas, ventanas y puertas.
Cuando saltaron de los camiones, uno de ellos pulsó el timbre y acudieron a abrirles, allí había una tropa de marineros, con el fusil terciado, que exigía que su jefe fuera llevado ante el Ministro de la Guerra o su representante.
Dejaron entrar a la tropa, que no estaba para bromas, y la llevaron por largos pasillos hasta que entraron en el despacho del Subsecretario de Estado Hamburger. Entraron. Un marinero enseñó al caballero, que le preguntó qué deseaban, la nota que le habían dado, y en la que decía que el Gobierno Ebert-Scheidemann estaba depuesto y el Comité Revolucionario se hacía cargo temporalmente de la gestión de los asuntos públicos. Allí no sabían nada de todo aquello. El jefe de los marineros exigió la entrega del edificio.
El Subsecretario de Estado era un funcionario y, naturalmente, no quería asumir una decisión así por cuenta propia. Se disculpó y explicó que primero tendría que discutir el asunto con aquellos de sus colegas que se encontraran en el edificio. Los marineros no tuvieron nada que objetar. Que se discutiera tranquilamente.
Entonces él pasó al despacho de al lado y habló con otros funcionarios, que no estaban menos consternados que él. ¿Qué hacer? Naturalmente, telefonear, para saber qué estaba pasando. Pero ¿cuánto tiempo les dejarían los marineros? Era un asalto en toda regla. Los funcionarios volvieron a leer juntos la hoja y, como eran burócratas, enseguida constataron un defecto de forma. Lo firmaban dos hombres, Ledebour estaba consignado, pero no había firmado. No, eso no era correcto, eso no se podía aceptar. Y Hamburger se presentó con sus con burócratas en su despacho, donde los marineros esperaban pacientemente para hacerse cargo del Ministerio de la Guerra.
Pero Hamburger mostró un ceño fruncido y les señaló irritado el papel, y por qué todo aquello no era posible. El documento no estaba correctamente firmado. Así, cualquiera podía venir y exigir la entrega del Ministerio de la Guerra. "



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