Las ingenuas (fragmento)Felipe Trigo
Las ingenuas (fragmento)

"Fue detestable el efecto en su impaciencia trémula de amante. ¡Inútil todo! Amparo no podía ser más que la confiada niña que se le entregaba entera, sin malicias, apasionada y absorta cuando estaba cerca de él, y distraída por las fútiles naderías que también absorben a los niños lejos de su madre y descansando en su cariño como sobre su derecho. Y sin el de enfadarse él siquiera por tanta ingenuidad con que le confesaba que por mirar trajes faltó a la dulce obligación de escribirle, pero resignado a no violentarla en lo sucesivo y aceptarla cual no podía dejar de ser, casi como a una hija más grande que aquellos dos que tenía a su lado, al día siguiente la envió otra carta asegurándola que aumentaban los trabajos y que ya no le sería fácil consagrar las tardes a su recuerdo ni enviarle al mestizo tan frecuentemente; por lo cual tornaba su correspondencia a depender del azar, de las gentes que bajaban y subían del pueblo. Acarició todavía la esperanza de que en esta disculpa trasluciese su pesar Amparo, y que le desarmase de él ganando el perdón con súplicas y ardorosas protestas; pero no; la última misiva que trajo el correo especial consistió en una conformidad inocente en que todo era creído y en que se adivinaba más contrariedad por dejar de recibir a menudo las cartas de Luciano, que por verse libre de la tarea forzada de escribir ella lindezas compitiendo con las del… artista. Pues ignoraba Amparo, en aquella santa ignorancia de tantas cosas, que sus frases le habían parecido hermosísimas al literato, porque no hay literatura capaz de superar a la de la mujer amada. Aquella noche descolgó el joven el retrato de Flora y estuvo mirándola mucho tiempo. Se volvía a ella su alma y sus ojos evaporaron una lágrima de remordimiento. Extendió delante de él los recuerdos que tenía, y se puso a escribir una de sus crónicas para Madrid, rodeado de sus queridas cosas: sus horquillas, el alfiler hecho de la monedita de oro, el madroño de su fichu, los pañolillos perfumados, el sedoso y ondulado rizo de su pelo…; interrumpiéndose para leer sus cartas en los elegantes pliegos violeta… para leerlas por primera vez desde la separación, pues había respetado el paquete sin tocarlas, por miedo a revivir sus penas—antes dispuesto a olvidar lo más posible, como acababa de intentarlo. "


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