Ríos (fragmento)Michael Martin Driessen
Ríos (fragmento)

"Los gancheros que conocían el río pegaban de vez en cuando un grito en aquellos lugares con pendiente que sabían que producían eco. Una almadía como aquella, que ocupaba el Rin hasta donde alcanzaba la vista, y a la que cualquier embarcación debía ceder el paso mientras avanzaba por los meandros del río, era uno los objetos móviles más grandes jamás fabricados por el hombre. Ningún transatlántico podía medirse con ella. Eran un país de camino a otro país.
Los hombres, alborotados, gritaron a pleno pulmón cuando pasaron por delante de la Roca Loreley. Esta era una costumbre centenaria de la que participaba todo el mundo. El objetivo era despertar del sueño a la seductora ninfa, o más bien, mofarse de ella. Porque ¿qué peligro podría entrañar ahora la ninfa para una almadía tan poderosa como aquella?
Puede que se debiera a un error del timonel y a la gran cantidad de cerveza que habían bebido los hombres al mediodía, pues las rocas invisibles en aquel tramo del río habían sido cartografiadas todas ellas hacía siglos. O puede que el obstáculo fuese una barcaza recientemente hundida.
La parte trasera de la almadía tomó una curva demasiado abierta, se aproximó a la orilla y se arqueó como levantada por una ballena. Las jarcias y cuerdas que la mantenían ensamblada se rompieron y los maderos empezaron a separarse. Los hombres cayeron al vacío que se abrió frente a ellos. Algunos se agarraron de inmediato a la almadía, como pájaros carboneros a una rama, y volvieron a subirse. Los hombres situados en la parte central se apresuraron hacia la parte de atrás, a pesar de que el timonel les gritaba que se quedaran todos en sus puestos para mantener el rumbo. Loreley era una pared de roca gris e impasible. Rescataron a muchos que en realidad no necesitaban ayuda, pero un hombre que había quedado atrapado entre los troncos rodantes se soltó y quedó a merced de la corriente.
Julius corría por la almadía como un atleta de camino a los Juegos Olímpicos de verano en Ámsterdam.
Para asombro de Konrad, Julius se lanzó al agua. Lo hizo con elegancia, las manos extendidas hacia delante y los zapatos blancos muy juntos. Por un instante asomó bajo la superficie del agua —parecía un pez alejándose a toda velocidad de la almadía, que avanzaba sin parar—, hasta que el ángulo de la luz les impidió verlo.
Konrad estaba empezando a quitarse los zapatos cuando Julius emergió con el náufrago en los brazos. Agarró una de las cuerdas arrastrada por los maderos sueltos y fue alzado a bordo junto con su presa.
Era el hombre que había acosado a Konrad la noche anterior.
Tenía el rostro aún hinchado y lleno de rasguños, aunque no era ese su mayor problema: estaba inconsciente y sus piernas dobladas, dentro de las anchas y chorreantes perneras de su pantalón, formaban un extraño ángulo. Konrad le presionó el tórax rítmicamente en un intento de hacerle recobrar la respiración, pero no sucedió nada. "



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