La canción del recuerdo (fragmento)César González Ruano
La canción del recuerdo (fragmento)

"Era natural lo de don Anselmo, como no era menos natural lo de María Luisa. María Luisa, una muchacha de unos dieciséis años, morenilla, con ojos garzos, dientes mentirosos y manos a las que yo escribí en seguida un soneto, era hija de unos padres amigos de los míos. Aunque ninguno de los dos teníamos edad para ello, nuestras relaciones parecieron bien a las dos familias desde el primer momento, se consideraron como una gracia y estuvieron protegidas como un privilegio que un día podía terminar en boda.
María Luisa ocupaba gratamente las horas en que Fe tenía que tomar Jerez con don Anselmo. Íbamos al cine, o bien yo iba a merendar a su casa o ella venía a la mía.
Me reprocho ahora el haber sido menos noble con Fe que ella conmigo. Nada le dije de la aparición de María Luisa en mi vida, ni tampoco, y por supuesto, le dije nunca a María Luisa que por las noches salía con Fe, aquel gorrión alegre de la calle Ancha de San Bernardo.
Habíamos cambiado de café y nos veíamos en el Varela, de la calle de Preciados. El público era igual. Idéntica la pequeña burguesía del barrio y los mismos los personajes de la bohemia. En el café de la Reina Victoria habíamos conocido a unos que procedían del Varela, donde no podían entrar, y en el Varela a otros que no podían pasar por delante del Reina Victoria. Poco más o menos, los que antes o después eran clientes del Español, del Colonial o de otros más lejanos, como el del Pilar, el de San Millán, el de San Isidro o aquel otro de Atocha que tenía el pomposo y extraño nombre de Gran Café Social de Oriente. La corte errante de la bohemia no disponía de cuartel que pudiera ser muy fijo, y esto por natural estrategia de batalla y de la revolución permanente de la que ellos y no otros habían sido inventores.
Nuestras vidas paralelas, la de Fe y don Anselmo, la de María Luisa y la mía, discurrían a lo largo del río del Devenir, en el que el Destino era su Heráclito el Oscuro.
En esto, Fe cayó enferma. Había intentado arrastrar su vida habitual de puntillas sobre aquella existencia precaria, pero no pudo fingir ni fingirse más tiempo. Crueles rosas de sangre habían bordado el embozo de su cama, y cuando llegué una noche la encontré acostada y con don Anselmo sentado en una silla a su vera. "



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