En la cama con el hombre inapropiado (fragmento)José María Guelbenzu
En la cama con el hombre inapropiado (fragmento)

"Una noche, María tuvo un sueño. Era un sueño que al despertar le recordó a otro anterior con la diferencia de que, mientras que aquél transcurría en una playa del Caribe, éste sucedía en una selva tropical.
Bogaba en una canoa con dos indígenas por un río ancho de rápida corriente. Ella iba sentada entre los dos, uno a proa y otro a popa, y ambos hablaban de las elecciones presidenciales de su país. María iba atenta al agua, que no le gustaba porque no era clara ni transparente y no sabía lo que habría debajo de la superficie. Para alejar el miedo, habló de un joven político español que al parecer aspiraba a ser el nuevo presidente, un hombre joven, socialista y de aspecto sincero y modales de buena persona. Los indígenas se rieron con ganas de la descripción que ella hizo y la advirtieron de que un presidente nunca puede ser una buena persona si quiere ser presidente. María se mosqueó, incómoda, además, por el derrotismo y la falta de moral de sus acompañantes, que volvieron a reír con estrépito ante el reproche y casi vuelcan la canoa. Atemorizada, resolvió no contestar a sus provocaciones y siguió mirando atenta el curso del agua.
De pronto, el caudal del río se aceleró y el agua comenzó a golpear los costados de la canoa, que alzaba la proa como si se estuviera encabritando. María buscó a los indígenas con un gesto de muda interrogación que se trocó en otro de pánico al descubrir que ninguno de los dos se hallaba a bordo y al levantar la vista, espantada, los vio braceando en mitad de la corriente con la indudable intención de alcanzar la orilla.
Aferrada a las regalas miró adelante y, al reconocer los rápidos que se formaban frente a ella, comprendió que se acercaba al abismo de una catarata como las de las películas. El grito que soltó debió de oírse en la casa misma de su madre, que, inquieta, se lanzó al teléfono, pero no conocía el prefijo de la selva, por lo que no pudo hacer otra cosa que llevarse un pañuelo a los ojos y abrazar a sus amigas más cercanas atenazada por los presentimientos.
María pensó en tirarse al agua, pero ni sabía nadar bien ni tenía fuerzas para enfrentar el violento flujo del agua. Además, al mirar en derredor buscando una salida o un apoyo, vio espantada cómo la corriente arrastraba ahora a los dos indígenas, que se dirigían a una muerte segura dando vivas al presidente de su país. ¿Qué hacer? La canoa se fue acercando al límite de caída; María se encomendó a la Virgen del Rocío con una fe tal que ralentizó la llegada al punto fatal hasta que cerró los ojos. Sintió un golpe que desestabilizó por unos segundos la canoa, luego se desplazó adelante y cuando abrió los ojos se encontró flotando tan tranquila en aguas remansadas. Estupefacta, volvió la cabeza y entonces comprendió: la temible catarata era un simple salto de agua de medio metro de desnivel. Cerca de ella, las pirañas terminaban de devorar a los indígenas causando un tremendo revuelo en el agua. Con el corazón en un puño y sin remos, se dejó llevar a voluntad del agua, que ora la acercaba a una orilla, ora a otra sin un rumbo claro. ¿Hasta cuándo duraría la horrible y desesperante aventura?
Un penetrante silbido acalló a la pajarería que pululaba por los árboles e hizo salir huyendo a diversos animales que se escondían en las frondosas e impenetrables orillas del río justo cuando alcanzaban el manglar que sin duda antecedía a la desembocadura en el mar. El silbido se repitió y las aguas se agitaron dejando ver los coriáceos lomos de dos o tres caimanes que, acto seguido, se quedaron mirando con fijeza siniestra a María dejándola muda de terror. Ya se disponía a invocar de nuevo a la Virgen del Rocío, porque era evidente que su embarcación apenas aguantaría un solo coletazo de aquellas bestias primigenias, cuando de un lateral del frondoso islote que se alzaba ante ella se separó y avanzó una barca a motor. La guiaba un hombre que, a primera vista y a pesar de tenerla nublada por el miedo, le pareció muy atractivo; pero no fue hasta que la barca abordó su canoa y le permitió saltar a bordo y echarse en brazos del hombre cuando reconoció, estremecida de emoción, aquellos ojos azul grises que evocaban mares lejanos y playas tropicales, selvas lujuriantes y desiertos infinitos que hacían perder el sentido. "



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