Yo escogí la soledad (fragmento)Noel Clarasó
Yo escogí la soledad (fragmento)

"Todo es pura farsa para conquistar un cuarto de hora de soledad. Marta accede en atención a los Jupp. Se muestra siempre muy empeñada en quedar bien con los extranjeros, como si pusiera en juego el honor nacional.
Me besa… es decir, me roza apenas la frente con el borde de los labios, y sale de la habitación. ¡Qué bello revuelo de olor! Queda su rastro en el aire como un enjambre de mariposas invisibles. El ruido de sus tacones se va perdiendo a lo lejos del pasillo.
Y yo, al quedarme solo, brinco del sillón y doy vuelta a la lleve; boxeo con mi imagen ante el espejo, corro y salto por la habitación; abro el balcón, grito al aire viejos versos que aprendí en el colegio: «y suenan patrias canciones, cantando santos deberes, y van roncas las mujeres empujando los cañones…»; y al fin me tiro a la cama como si me tirara al mar y, boca arriba en ella me desnudo, lanzo al aire mis ropas una a una, enciendo un pitillo y lo agoto hasta el fin en humos sabrosos, vorazmente, sin pensar en nada, entregado al goce tremendo de la soledad robada.
No enciendo el segundo pitillo. Me conozco demasiado y sé que lo dejaría a medio fumar para evitarle a Marta una inquietud. Ella me espera abajo. No concibo que pueda ser feliz sin mí. Y su felicidad, tan barata, vale para mí mucho más que mi satisfacción propia.
¿Y las plumas del sombrero? ¡Bah! Lo mismo vale sin ellas. Con decirle a Marta que no las he sabido poner.
El salón está en el sótano. Se baja por dos escaleras amplias que, en el último tramo se juntan en una. Me quedo un rato en el rellano alto y busco a Marta entre la gente. El salón está lleno y arrancado el baile. Todos con el sombrero de papel en la cabeza. Los de las mujeres son tremendos y dan a la fiesta un aire de jardín.
Marta es inconfundible. Lleva un vestido de raso gris oscuro, como de plomo, y una gran flor amarilla sobre el hombro. No la veo. Tal vez esté en el fondo del salón y las parejas la ocultan. O en el saloncito. Los Jupp bailan. Todos los maridos bailan con sus mujeres. Es el primer baile. Un tango. En Suiza los tangos no han pasado de moda. Los ingleses lo bailan mal. Se dan un aire humilde de payasos de circo. Bailan como si la mujer que llevan en brazos les importara tres pitos. ¡Hombre! No tanto.
Los alemanes no tienen gracia, pero se les conoce que han aprendido a bailar. Hay un señor alemán más que sesentón, que baila como si repitiera una lección de memoria. Y con entusiasmo. Es admirable. "



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