El corazón con que vivo (fragmento) Peridis
El corazón con que vivo (fragmento)

"Don Honorio salió de la cárcel confuso. El hacinamiento y el lamentable estado de la enfermería le habían avergonzado, pero lo animó la actitud de su joven colega Germán Blanco, que, condenado a cadena perpetua y en circunstancias tan adversas, había puesto toda su vocación y su saber al servicio de sus compañeros de cautiverio con una alegría y una disposición inauditas. Eso iba mucho más allá del juramento hipocrático y de la deontología profesional. También le había sorprendido favorablemente la actitud positiva de Julián ayudándole a convertir en bisturí la tapa de una lata de sardinas y prestándole todo su apoyo reconvertido en enfermero. En ambos reconocía un fondo de extraordinaria bondad y humanidad. No le cabía la menor duda de que ambos eran recuperables. Deberían tener derecho a redimir penas mediante el trabajo. Tenía que hablar de ello con Cosme Simón la próxima vez que le viera. Qué distintos eran ellos de Cosme, que solo estaba obsesionado con encontrar espacios para los presos. Y la guerra no había hecho más que empezar.
En aquel momento comprendió de golpe todo el horror, el sufrimiento y la abominación que suponía una guerra y las desgracias y los infortunios que generaba. Una vez que empezaba no había manera de pararla y no quedaba más remedio que ganarla, a pesar del dolor y la destrucción que causaba, pero detuvo aquel razonamiento que le llenaba de inquietud y no llevaba a ninguna parte. Se paró en seco, se quitó el sombrero y se rascó la cabeza como buscando argumentos en sentido contrario. «¡Lástima de Germán y de Julián! ¡Cuánto sentía lo que estaban pasando ellos y sus familiares, pero esta era una guerra justa porque se trataba de implantar el orden y defender a Dios y a la patria de las doctrinas perniciosas que estaban destruyendo la familia y los valores cristianos y morales de la sociedad y llevando a esta al desorden, a la anarquía y a la relajación de las buenas costumbres! Se daba cuenta de que la República contaba con millones de adeptos, y para ganar la guerra hacían falta hombres sin escrúpulos como Cosme, que dormirá a pierna suelta porque no le remuerde la conciencia. En una cuneta estaría yo si Julián hubiese pensado de la misma manera. Y se jugó la vida, porque si se llegan a enterar sus jefes que había venido a darme el aviso, le habrían fusilado en el acto por traidor», cavilaba el médico.
Lituca no terminaba de creerse que su padre estuviera vivo, a pesar de que don Honorio le había explicado su encuentro con él y con el doctor Germán Blanco en la enfermería de la prisión. Solo se convenció cuando le adelantó que podría visitarle en breve. La noticia supuso tal inyección de moral que recuperó el color y mejoró su salud. Preparó un hatillo con la ropa limpia y un paquete con rosquillas caseras y otro con pan de hogaza y unos chorizos en adobo, y después de un ajetreado viaje en tren se presentó en la prisión de la capital de la provincia.
El corazón le latía con fuerza cuando el oficial llamó a los familiares de Julián González, pero se temió lo peor y estuvo a punto de desmayarse cuando comprobó que había un preso mucho más joven en el locutorio en que ella esperaba encontrarse a su padre. "



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