La exposición colonial (fragmento)Erik Orsenna
La exposición colonial (fragmento)

"Cuando en Europa, hacia 1820, llegó la moda de las fiebres, de las palideces súbitas y de las noches que transcurren llenas de temblores, los jóvenes de los trópicos exclamaron, no sin cierta condescendencia: ¡Pero si todos esos síntomas son nuestra vida misma! Vuestro mal du ñecle no es sino una versión benigna de la malaria. Bienvenidos a la familia de quienes sienten escalofríos. Y los adolescentes letrados de Bombay, La Habana y Belem se precipitaron sobre los textos de bruma: Ossian, Chateaubriand, Mussét, Byron, y se pusieron a escribir. «Escúchennos», imploraban, «no desprecien nuestra melancolía, también nosotros tenemos derecho al nombre de románticos». Pero Europa se hizo la sorda. Del Sur sólo podían venir esclavos, especias o caña de azúcar. Y los manuscritos tropicales enmohecieron en las reservas de los editores de los países templados... Abrumada por aquel desprecio, la juventud aquella buscaba por quién morir, al comprender que tal era el precio para su derecho de entrada en el club romántico. Y el ejemplo estaba allí: marzo de 1823-19 de abril de 1824, la tentativa de liberación de Grecia por George Gordon Lord Byron. Bastaba con esperar a que se presentase la ocasión... La espera fue larga. Y el romanticismo europeo ya había muerto desde hacía tiempo cuando, en marzo de 1899, el barco de guerra norteamericano Wilmington navegó Amazonas arriba, sin autorización alguna. ¡Anda! se dijeron los románticos, ¿será ésta nuestra oportunidad?
En junio, un aventurero español, Luis Gálvez Rodríguez de Arias, empleado en el consulado boliviano de Belem, vendió al periódico Provincia do Pasa el texto del acuerdo secreto entre La Paz y Washington: los Estados Unidos traicionaban al Brasil y garantizaban a Bolivia sus derechos sobre la provincia de Acre, inmenso pedazo de la Amazonia al pie de los Andes. El corazón de los románticos brasileños empezó a latir. ¿Iban a tener que enfrentarse, vía Bolivia, con la todopoderosa Norteamérica? Desde aquel momento salieron de sus cuartos llenos de humo, hicieron ejercicio, se entrenaron para la natación, marcha, etc, por sí.. En julio, Luis Gálvez se proclamó emperador del Estado independiente de Acre. Los románticos brasileños por poco se mueren de la desilusión. ¿Les iba a fallar la ocasión? ¿Podía robarles su aventura un vulgar periodista emigrado? En septiembre, respiraron: mil soldados bolivianos invadían Acre. La hora de los poetas había sonado. Había que correr a defender al emperador Gálvez. Besaron a sus mujeres, madres y novias y se embarcaron desde un pontón, el mismo donde, más adelante, en noviembre, se construyó el Café Byron. Y mientras iban río arriba por el Purus, leían Childe Harold y se reprochaban unos a otros el no haber avisado a los grandes diarios europeos. Eran 132 y los mataron a todos.
Tres meses después del horror, en la página cuatro del Tutes y en la seis del Figaro salió una reseña, la misma en los dos periódicos: ¿Será que el caucho vuelve loca a la gente? Violentas escaramuzas en la selva entre tribus rivales: 132 muertos. "



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