Los manchados (fragmento)María Teresa Andruetto
Los manchados (fragmento)

"Yo era muy chica cuando mi madre se fue a trabajar de sirvienta a la capital, de modo que me crié con unas tías solteras, pero sobre todo me crié con Martirio, la mamama como le decíamos, madre de todas ellas y de todas nosotras. Sé que yo era la luz de sus ojos, no había cuestión en la que no me consintiera y seguramente hubiera podido pasar así la vida, pero cuando me hice grande, tanto cuidado empezó a asfixiarme, no pensaba en otra cosa más que en irme de la casa; de la casa y del pueblo que por entonces me parecía tan aburrido y tan triste. En aquel tiempo, todas ellas bordaban para afuera, así fue que, niña entre tantas mujeres grandes, me enseñaron también a mí a coser y a bordar. Me sentaba junto a la ventana con un bastidor sobre la falda, a hacer encajes o rositas rococó en los pañuelos y en las blusas. Como ya por entonces amaba leer, sacaba libros prestados de la biblioteca del Archivo, me los ponía en la falda y los tapaba con el bordado, porque a todas ellas les parecía una pérdida de tiempo que una se pusiera a leer en lugar de trabajar. Una vez, me prestaron un libro que estaba prohibido, eso me dijeron, y creo que el libro me interesó justamente por esa razón; habré tenido catorce años… Recuerdo que lo puse sobre la falda, debajo del bastidor, para leerlo cuando todas esas madres que tenía se descuidaran… El derecho de matar se llamaba… Era la historia de un joven, su hermana y su amante y tenía en la tapa un hombre echado sobre una mujer, acostados los dos, besándose sobre un cajón de muertos. Cuando me vieron, porque en algún momento yo quise alzar unos hilos y el libro fue a parar al suelo, no quiero contarle el lío que se armó en la casa, Martirio lo echó al brasero y de ahí tuve que sacarlo yo, medio chamuscado, para devolverlo... Como le decía, Julieta, cuando yo era chica todo lo que había en este pueblo me gustaba y ahora que me he puesto vieja otra vez me gusta. La luz, estos cerros, este aire y estas vides, creo que no podría ya vivir en otra parte, pero cuando era joven no pensaba en otra cosa que en irme. Y eso fue lo que hice ni bien pude: dije que iba a buscar un trabajo en la ciudad y que ahí iba a estudiar para maestra, porque siempre he tenido aspiraciones y me gustó mucho enseñar… y así fue, un buen día tomé el tren para organizar mi vida en otra parte. No me fue del todo mal, estudié en una escuela nocturna mientras trabajaba en una residencia para ancianos, hasta que me recibí y comencé a dar clases en un colegio de monjas, a raíz de una recomendación que enviaron desde aquí las Hermanas Mercedarias. Pude estudiar y vivir más o menos como había querido, aunque también es cierto que muchas veces me sentí muy sola, pero de igual modo por años no tuve apetencia de regresar a Tama, por nada del mundo hubiera aceptado volver. Me escribía siempre con una de mis tías abuelas, y ella es la que me fue contando cómo de una en una se iban muriendo todas…, me pedía que regresara a verlas, aunque más no fuera una última vez, que viniera por unos pocos días, pero yo… siempre encontraba razones para no volver, nunca había tiempo ni dinero, en fin, así son las cosas cuando una es joven… Hasta que llegó el día en que Martirio murió… Cuando lo supe, lejos de todo y de todas, sin tiempo ni entereza para llegar al velatorio, empecé a escribir la historia del pueblo y de mi gente, la historia de esas mujeres solas y de esa vida dura que ellas, todas ellas, tuvieron que llevar. "


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