Trayecto uno (fragmento)Elena Quiroga
Trayecto uno (fragmento)

"¡La benditera! Lo llamaba así. ¡Era estupenda! Andaluza, por supuesto. ¿Sevillana? No estaba muy seguro. Todas eran sevillanas para ellos.
Anuncios. Letras. Figuras enormes. Fluorescencia. Verde, luz, rojo. «Cyrano de Bergerac». Enormes figuras de cartón… «Actualidades». Cafés. «La Prensa». «Revuelta en Haití»… El autobús rodaba despacio. Mucho tráfico. Les pasaban los coches ligeros. Estos mamotretos… Se levantó: «Me bajo ya».
En la parada de Callao había gente en cola. El joven bajó, y Blas, tras él, abanicó el aire con la mano. «¡Qué tío!». Le miró, caminando con las manos metidas en los bolsillos de aquello. No era un abrigo… Era un chaquetón. Andaba como desganado… A Blas se le había quedado indigestada la bofetada que le hormigueaba en la palma. «Vienen a subirlo todo. Mucho cursi de éstos y la vida más cara cada día. ¿Quién decía que traían dólares? Se llevan todo lo que pueden. No nos dejan más que las mujeres averiadas. Puede que ellas les saquen algo. A saber… Tenía pinta de chulo. No, encima… Divisas. Menuda divisa dejará ese… ¿Qué por qué no me caso?… ¡Pupila!».
Tocó el timbre mientras todavía se oía el arrastrar de pies subiendo las escalerillas o en el piso de arriba. Gentes que iban a los espectáculos o a bailar. Trayectos cortos. Jovencitas impacientes, con el pelo corto muy pegado a la cabeza. Matrimonios que huían de los cines de la Gran Vía: «Te digo que dan la misma película en el Goya por dos duros». Satisfechos como las mujeres en los saldos.
Los que llevaban tiempo en el autobús tenían la cara abotargada. Quizá por el contraste con el frío de fuera, o simplemente aquel rodar continuo, seguro, como un destino.
«Doña Manolita». «Espasa-Calpe». Anuncia miró los escaparates desfilando ante ella. El albañil echó mano al bolsillo de arriba. Al llegar a casa tenía que guardarlo… Si la mujer pescaba aquella participación habría gresca. Jugaban aquel número entre todos los de la obra. Podían tocarle quince mil pesetas. ¿Qué haría él con quince mil pesetas?… No le diría una palabra a la patrona. Se compraría un terno. Y si preguntaba… a plazos. «Lo compré a plazos». Un fondo para sus gastos. El chamelo en la tasca: el único rato bueno del día… «¿Pero no te da vergüenza?»… No, no le daba vergüenza. Un día iba a chillarlo en mitad de la Cibeles. No le daba vergüenza jugarse la mitad del jornal, y si ganaba beber hasta que los pies no le pesaban, ni sentía el frío. Vergüenza era llegar a casa y tener aquella mujer reseca que hablaba siempre a gritos, y que quería meterse en todo. ¡Unas dominantas! "



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