Trance (fragmento)Alan Pauls
Trance (fragmento)

"Se le ocurre otro sentido para léido, menos establecido pero igualmente pertinente, que regiría para todo lector antes de que sea lector por derecho propio, cuando, ya en condiciones de entender que los signos que posan en el papel no son hormigas pero no de descifrarlos, no le queda más remedio que ser objeto, destinatario de una lectura ajena. Léido, antes de ser el que ha leído mucho, sería pues ese precursor desvalido y feliz, ese privilegiado sin recursos, ese oído despótico, sin fondo, donde noche a noche se pierde la voz de otro o de otra: alguien a quien le leen. Léido sería el que, teniendo ya toda la estructura de la lengua incorporada, a la hora de la lectura, sin embargo, solo puede articular una frase, un pedido desesperado: ¿Me leés? Probablemente no haya invalidez más dichosa. Leer no es necesariamente amar; ser leído, en cambio, es ser querido (como lo saben los padres, a menudo más que los hijos).
En su caso, la experiencia es extraña. No recuerda sesiones de lectura nocturnas. No ve a su madre o su padre leyéndole para dormirlo. Le leerán de día, a lo sumo –y cualquier lector sabe hasta qué punto la lectura diurna difiere de la nocturna. Le lee su abuela paterna, alemana de Berlín, judía, aterrizada en Buenos Aires en el 39, una fracción de segundo antes de que sea tarde, y le lee siempre literatura para niños alemana, siempre en alemán, menos, piensa él años más tarde, con la vergüenza de haber tratado de aprender alemán cinco veces en lo que lleva de vida, dos con ella, su abuela alemana, y a esa edad en que, como se suele decir, los niños absorben idiomas nuevos como esponjas, y no haber llegado a nada –menos con el propósito, piensa, de perpetuar el uso de una lengua familiar que ve extinguirse, a tal punto el único con el que todavía la comparte, su hijo único, está integrado al contexto local y nadie diría que es extranjero, que por la aflicción que le causan las dificultades que tiene, un cuarto de siglo después de haber llegado al puerto de Buenos Aires, para hablar la lengua local.
De modo que la experiencia de ser leído es, para él, el encuentro con una doble opacidad: al hermetismo de esos signos que, como buen analfabeto, no está en condiciones de interpretar, se suma la oscuridad de una lengua extraña y brusca, que su abuela trata en vano de endulzar y que él, que solo la oye hablada por ellos, su abuela y su padre, y por lo general a los gritos, porque, aunque la casa no es grande, una planta baja de dos ambientes atípica, con dependencia de servicio, en Jorge Newbery y Cramer, siempre se las ingenian para hablarse cuando están en ambientes distintos, ella en la cocina, por ejemplo, cocinando cualquier cosa menos las recetas judías que aprovechó los días a bordo del vapor Highland Brigade para olvidar, y él en el living, o ella en su pieza y él en el baño, absorto en una de esas sesiones de evacuación maratónicas de las que sale renovado y entusiasta, con el diario del día leído de punta a punta, toma por una especie de dialecto en clave, diseñado y fabricado por ellos para entenderse en presencia de extraños.
En este caso, pues, léido es cualquier cosa menos ilustrado. No llega a entender ni a saber nada –a lo sumo a “pescar”, que es lo que hacen los que, como él, no pueden sino estar al lado de lo que no conocen, confinados al papel de testigos. “Pesca”, por ejemplo, que alguna relación habrá entre la lengua en la que su abuela le lee, a la vez dura y musical, las historias que le lee, con esas pandillas de niños desobedientes que reciben su merecido, y el realismo un poco carnavalesco de los dibujos que las ilustran, nunca tan explícitos como cuando describen sangre, fuego, tormentos corporales. Tardará unos años en comprender que en eso que “pesca” se juega buena parte de lo más demencial del siglo XX –la parte alemana. Mientras tanto, se dedica a postergar: deja eso que “pesca” en suspenso, para más tarde, como hace con la lengua alemana y como hará después, llegado el momento, con la herencia de su abuela, básicamente sus libros, que se cuida muy bien de reclamar –aun cuando nadie tiene tantos títulos como él para hacerlo– y deja en cambio que pasen a la biblioteca de su padre, donde nadie los abrirá. Todavía no es la hora, piensa. "



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