La cinta verde (fragmento)Edgar Wallace
La cinta verde (fragmento)

"Regresó de Londres cierta noche, cansada y un tanto irritada. Quería convencerse de que no era el motivo haber llamado a Luke y averiguado que se hallaba fuera de la ciudad. Él sabía que Edna iba aquel día a Londres y había intentado un arreglo con ella, y, sin embargo, le excusaba su ausencia.
A las nueve, sintiéndose cansada, se acostó, pero transcurrido un cuarto de hora, ya en el lecho, notándose nerviosa, decidió levantarse. Se puso un salto de cama, y después de tratar vanamente de leer, se fue a la ventana y miró por entre las cortinas. A la luz clara de la luna las terrazas recortaban su blanca y agrietada silueta. También distinguía los pequeños y negros lunares que señalaban las entradas de las Cuevas de Perrywig. Apagó la luz, levantó la persiana y aproximó una silla a la ventana abierta. Era una noche calurosa y hasta sofocante de principios de octubre, noche de ensueño, si se pudiera pensar en algo más interesante que Matthew Mark Luke. Lo absurdo del nombre la extrañó nuevamente, y se sonrió.
Decididamente debe ser sustituido por Mark a secas. Pero, por desgracia, ya se había anticipado él, colocándose en una posición inexpugnable.
Mientras pensaba en esto, oyó el ruido de una puerta que venía de la parte de la quinta. Inmediatamente junto al blanqueado muro se dejó ver un hombre, en quien no tardó en reconocer a Goodie. Suavemente se dirigía hacia el montículo de cemento que había excitado la curiosidad de Luke. Oyó el rechinar de una puerta de hierro que giraba sobre sus goznes, después a él que murmuraba algo y a continuación un tenue silbido.
Desapareció detrás de un matorral de arbustos, pero pronto reapareció. Se dirigía hacia el ángulo más alejado del cercado, llevando algo en su mano, y detrás de él iban dos enormes perros de largas y ondulantes colas.
La luz de la luna produce a veces extraños efectos, y así pareció a Edna que aquellos dos canes eran de gran tamaño, mucho mayores que los más hermosos terranovas que había visto. Iban por el campo detrás de él, unas veces entre la sombra, otras en los claros de luz; dos negros perrazos, que marchaban juntos, olfateando el suelo. Uno de ellos dio un salto hacia la izquierda; probablemente había distinguido algún conejo. Oyó que Goodie regañaba, y cuando el animal volvió, sintió el restallido de un látigo.
Las siluetas se iban haciendo cada vez más tenues. Se encaminaban hacia las Cuevas de Perrywig. Entonces fue la joven en busca de sus anteojos de campo. Apegada al suelo había una ligera neblina, que dificultaba la clara visión. Al cabo de una hora reaparecieron de nuevo, y entonces los perros iban delante de él y se quedaron esperando a que abriera la puerta. Una nube se había interpuesto delante de la luna, y cuando se encaminó hacia el cercado ulterior, la joven nada pudo distinguir. El golpe de la puerta de la quinta denunció su regreso.
Poco después vio uno de los animales; venía olfateando el muro y se perdió de vista. Percibió su estornudo, y entonces le vio por un momento al irse hacia el lado más lejano del montículo de cemento.
Corrió las cortinas y se acostó, cayendo en un sueño agitado. Dos veces se despertó y miró el reloj, comprobando en ambas ocasiones que apenas había transcurrido una hora. Entonces se estuvo queda y el sueño la invadió. Pero no bien se había sumido en un estado de inconsciencia, cuando de nuevo se despertó. Su sueño había sido interrumpido por un grito. Se incorporó, temblorosa, en el lecho. De nuevo se percibió el penetrante y lastimero alarido de angustia, como salido de una cámara de tortura. El terror la paralizó. Por tercera vez hirió sus oídos un grito quejumbroso. Haciendo un supremo esfuerzo se echó de la cama, fue a la ventana y descorrió las cortinas. "



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