Cuentos de Bloomsbury (fragmento)Ana María Navales
Cuentos de Bloomsbury (fragmento)

"Era mi primer intento de pintar el lago, al que vosotros llamabais charca, provocando mi ligero enfado. Hoy he empezado otra versión de ese cuadro. Quiero conseguir un verde menos oscuro para el sauce y aún no he decidido si prescindiré de las anguilas, que entierran su cabeza en el barro y mueven sus colas en el aire, como látigos del demonio de las aguas.
Me siento bien, creo que he recuperado mi expresión de indiferencia ante las preocupaciones, la fuerza para hundir el dolor en el silencio que hace más tolerable los conflictos. La pintura ayuda a alcanzar la serenidad imprescindible para disfrutar del natural encanto de la vida. No en vano tu padre y yo, frente a la pesadumbre, la falta de luz y claridad con que la gente vive, decoramos nuestra casa con alegría y color, techos azules, pájaros del paraíso y rojas figuras de fuego en las paredes, cortinas chillonas, árboles y plantas, como si hubiéramos construido nuestra cabaña en un bosque tropical.
—Pas devant l’enfant —decía cuando eras niña para evitar todo lo que pudiera herir tu tierna sensibilidad—. Pas devant l’enfant —en francés que no comprendías, para protegerte, sin que lo supieras, del mundo real tan lleno de infelicidad, de perturbaciones sin fin.
Y ahora, también, pas devant l’enfant los rencores, en este día teñido con el superficial bullicio del ansiado reencuentro. Me gustaría creer que esto es obra de Dios, de un Dios que se revela por medio de sueños o visiones extáticas, o de estos pequeños milagros cotidianos, pero no puedo, y sigo acudiendo a misa, a la iglesia de Firle, como si fuera a distraerme al teatro más próximo en el que todos los días representan la misma obra. Mientras se desarrolla el ritual, contemplo nuestras pinturas, las de tu padre con la huella del genio, en los muros y en la bóveda de la capilla. Los ángeles llevan el rostro de soldados y campesinos de la región, la virgen, siempre lo he dicho, irradia la belleza de mi hija, cuando todavía era yo la depositaría de sus confidencias y me era imposible disfrazar la voraz necesidad de su amor.
Bun había sacado del bolsillo su frasco de brandy y, antes de entrar en la casa, se bebió un buen trago. A pesar de sus bromas, de su aire alegre de viejo payaso que aún conserva su energía, debía de ser duro para él enfrentarse con Duncan y sus celos, con el fantasma de la infelicidad pegado a las paredes de las habitaciones y vagando por el jardín.
Las armas de caza estaban en el cobertizo. Cuando oí en el camino el carro del lechero y vi a Bun en el pescante, debería haber cogido una escopeta y, sin vacilación, haber disparado contra el buitre, dejándolo muerto a mis pies. Pero yo soy una mujer de máscara serena, sonriente y exquisita, que no puede permitirse el lujo de ser abiertamente malvada.
Cuando tú naciste, Bun era un hombre soltero que probablemente aún no había decidido si su balanza sentimental se inclinaba del lado de las mujeres o de los hombres. Había pretendido ser mi amante antes, o no sé si al mismo tiempo, de compartir el dormitorio de tu padre. Todavía recuerdo las cosas hermosas que sucedieron mientras te llevaba en mi seno; también, el miedo a perderte antes de que vieras la luz, la fuerza de tu latido que absorbía todas las demás sensaciones y que al igual que el arte, el simple hecho de pintar y pintar, transformaba la ansiedad y el dolor en indecible placidez. "



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