Confesión (fragmento)Martin Kohan
Confesión (fragmento)

"Ese verano, en particular, trajo cambios al país: reemplazo de un gobierno por otro. Hay un arte que consiste en mantener constantes las vidas, no dejar que las alteren los hechos meramente exteriores. No obstante, dice mi abuela, los cambios generales habrían de cambiar también la vida de la familia Videla. El padre, bajo la nueva gestión, dejaría de ser el intendente a cargo de Mercedes. Se retiraría, como se estila decir en esos casos, con la satisfacción del deber cumplido. Otros vientos soplarían, para ellos y para todos.
No fue esa, sin embargo, la novedad de ese verano que más impacto produjo en mi abuela. Por suerte Anselmo seguía ahí cuando el chisme llegó y se desperdigó en todo Mercedes: el hijo mayor de los Videla, allá en San Luis, había conocido a alguien. ¿A alguien? Se entendía: a una mujer. ¿Él tan parco, tan abstraído? Él tan parco, sí, tan abstraído. Había conocido a alguien. ¿A alguien? A una mujer. Por suerte para Mirta López, el bueno de Anselmo seguía ahí, su novio siempre. Y por suerte no preguntó por qué razón exactamente había recrudecido tanto su amor por él en aquel final del verano, como nunca quiso saber, tampoco, en qué pensaba exactamente ella al entrar en fogosidades con él. Lo quiso más que nunca, aun pringoso, aunque blando, porque en aquellos días se sintió menos triste que enojada.
Se supo pronto: el hijo mayor de los Videla, en plenas vacaciones familiares, se había puesto de novio con una tal Alicia Hartridge. Sangre europea, distinción, refinamiento, pronunciaciones. Mirta López odió los manteles de hule, las alpargatas raídas y el hábito de escarbadientes que conformaban, en parte, su mundo. Dijo «Hartridge» en voz alta, cuando nadie la escuchaba, buscando ese punto intermedio del decir que existe entre la a y la o, ese exilio de la ge que la arroja entre la che y la i griega.
Los veranos son más espesos: más hondos, más despaciosos. A mi abuela, según dice, desde siempre la desconcertó que a ese tiempo se lo asociara con lo liviano, con lo volátil (cuando se dice, concretamente, que un amor es «amor de verano». Para ella era al revés). El calor vuelve a las cosas más concretas, más consistentes. A lo cual había que agregar, por cierto, el gusto por lo definitivo que el hijo mayor de los Videla exhibía desde siempre. No podía concebirlo, Mirta López, dando un paso a la ligera, ni tampoco dando un paso atrás. Si Alicia Hartridge, según se decía, fue su novia ese verano, lo sería de ahí en más. Y además se casaría con él. Y tendría con él a sus hijos.
Y, en efecto, así ocurrió. El hijo mayor de los Videla se casó con Alicia Hartridge el sábado 7 de abril de 1948, dos años después de haberla conocido. Él tenía para entonces veintitrés años de edad y ya revistaba como teniente en las filas del Ejército Argentino. Con ella tuvo a sus hijos: tres varones, dos mujeres (el primero, sin embargo, casi no vivió con ellos). Para entonces, en cualquier caso, Mirta López había tomado el recaudo de casarse con Anselmo Saldaña, mi abuelo. Lo hizo un año antes: en mayo del 47. Para cuando lo otro pasó, ella tenía su vida resuelta. "



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