Felicidades! (fragmento)Juan José Becerra
Felicidades! (fragmento)

"Volví convertido en una persona a la que todavía podían servirle los frenos de la persona que había sido si los apretaba a fondo y renunciaba a la idea de frenar del todo. Sentía el peso descontrolado de la inercia que me arrastraba hacia Magdalena, mi estación terminal nocturna flameando en el futuro que ya había llegado. Para que el gusto del drama no me abandonara decidí sufrir unos días de abstinencia y disfrutar la desesperación que produce la distancia, placebo del amor, si no el amor mismo, posiblemente en su expresión más artística.
La entrada a casa fue deprimente. Habría preferido entrar a un edificio en ruinas antes que volver a ese santuario de hábitos inalterables donde cada cosa estaba en su lugar. No puedo describir mejor ese mantenimiento psicótico de la actualidad que aparenta un tipo de triunfo que no les pertenece a las personas. Las cosas en su lugar: la desgracia del automatismo, la suspensión de las novedades; la vigencia del cuadro familiar impenetrable, como envasado al vacío. Un inventario sin hechos nuevos custodiado por la voluntad de cerrazón y la pereza.
Juliana salió de la ducha envuelta en una toalla blanca, hermosa y reiterativa. Para cortar por lo sano tendría que haberle dicho que me había enamorado de nuestra «sobrina», pero ella me habló primero y el desastre se postergó. «¿No me vas a dar un beso?», me dijo, lo que la enredó con mi recuerdo de Magdalena en un nivel intersticial de la realidad donde chocaron dos pasados: mis veinte años con una y mis últimos días con la otra, mientras yo me perdía viviéndolos en simultáneo, como si hubiese explotado una bomba de humo en el hall de la memoria.
Le di el iPhone a Santiago, lo único que le importaba de mi regreso, y conversamos sobre cómo cuidarlo, qué aplicaciones bajar, la astucia de Steve Jobs al haber inventado la pantalla como consola y fuente de poder humano. Cuando me quise explayar contra la monstruosidad de mover con un dedo las fuerzas del mundo individual, el único mundo visible de la época, ya no me escuchó.
Paula, que tenía una amistad, mejor dicho una hermandad con Magdalena, me dijo que estuvo al tanto de todo lo que hacíamos en Europa porque Magdalena le mandaba el primero y el último Whatsapp del día. Para tirar un poco de la cuerda de la que yo había estado colgando le dije que me pareció que Magdalena anduvo en algo raro. «¡Nada que ver! Estuvo hecha una monja. Lo único que hizo fue sacarles fotos a chicos negros, que son su perdición», me dijo.
Fui al jardín de infantes a buscar a Juan. Su pequeñez y sus modales de animal me emocionan. Tardamos quince minutos en caminar dos cuadras. Es su promedio. Se paró varias veces a revisar los elementos de la realidad: un par de yorkshires que saltan frente a una reja, unas vigas de cemento abandonadas en la vereda que utiliza de rampa para saltar hasta las alturas a las que lo lleve su imaginación, un jardín de margaritas. Para él la realidad es un cuadro, y la rutina, una actividad que consiste en pasarle revista y certificar que esté presente lo que no puede faltar. Si algo falta en la secuencia, él se detiene, absorbido por la mancha que oscurece el flujo de la vida tal como lo concibe, y espera (no mucho, o tal vez mucho para su escala) que la realidad lo restituya. Es precioso. No entiende la destrucción ni la ausencia. Pero si pasan los minutos y el elemento sustraído no regresa, entonces llora unos segundos, como si llegara a una conclusión, es decir como si envejeciera, y cambia de tema. "



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