Hotel Atlántico (fragmento)Joao Gilberto Noll
Hotel Atlántico (fragmento)

"Empecé a arrastrarme tras la roca, subiendo la pendiente de la ribera. En cuanto llegara arriba correría lo más rápido posible, pues los perros empezarían a ladrar furiosos, de eso estaba seguro, entonces tendría que correr lo más rápido posible porque el ladrido de los perros me pondría en la mira del arma de Nélson en cuestión de segundos, lo más rápido posible, correría y tomaría la llave del salpicadero, donde Nélson la había dejado, de eso estaba seguro, y escaparía en el coche, escaparía.
Me arrastraba subiendo la pendiente, aferrándome a las raíces para impulsarme y subir, el suelo tenía la humedad del bosque tupido que nunca recibe la luz del sol, iba subiendo y las hojas de los árboles se me pegaban a la ropa, todo embarrado, con movimientos medidos para no hacer el menor ruido, en cuanto llegara a la cima de la pendiente no tendría otra salida, tendría que correr, hacer barullo, ser veloz y llegar hasta el coche que estaba muy cerca de los perros policías que ladrarían como posesos, estirando sus cadenas hasta tal punto que podrían romperse.
Y al llegar arriba corrí a toda prisa hasta el coche, abrí la puerta, cerré los vidrios, la furia de los perros a pocos metros de mí, ensordecido agarré la llave, encendí el coche y entonces empezaron los tiros desde atrás, era Nélson que venía pisándome los talones, el coche ya iba en marcha, miro por el retrovisor que Nélson suelta los perros y yo conduzco el coche a una velocidad estúpida, dando bandazos, sin rumbo, no encuentro el camino de tierra, una piedra, golpeo otra, los perros aparecen, se arrojan contra los cristales, escucho los tiros, Nélson viene atrás disparando con la intención de darle a los neumáticos, no veo a Léo por el retrovisor, veo una piedra enorme frente a mí, veo que un perro expulsa su rabia entre el coche y la piedra y yo acelero y aplasto al perro contra la piedra, impacto el coche dos, tres veces contra la piedra, la sangre salpica todo el parabrisas, me desvío hacia la izquierda, un tiro rompe el cristal de atrás, por fin tomo el camino de tierra, a toda velocidad, me voy, me voy, polvo, polvo por los cuatro costados, casi se pierde la visibilidad, el coche derrapa por fuera del camino de tierra, me voy, me voy a donde sea, escucho los disparos cada vez más lejos, el ladrido de los perros ya en un sumidero y unos diez minutos después, silencio absoluto. Paro el coche.
A unos pocos metros veo una cerca de alambre de púa. Del otro lado de la cerca, no muy distante, un autobús viejo que pasa por una carretera. Pensé que, al menos de momento, estaba a salvo. Respiraba con dificultad. Tuve una crisis de sollozos. Abrí la puerta del coche. Caminé, miré hacia atrás. Ningún peligro a la vista.
Pasé con holgura entre dos alambres de la cerca. Me rasgué los pantalones con una rama rastrera sin hojas. Después tropecé con algo y caí. El sol estaba muy fuerte. Me levanté con cierta dificultad. Me quité la chaqueta y la arrojé al suelo. Además de hacerme sudar, pesaba demasiado. La abandoné sin la menor intención de volverme para mirarla por última vez.
Era una carretera de tierra, no la misma que nos había llevado a la hacienda. La sensación de que ahí estaba a salvo de las garras de Nélson parecía reforzarse.
Vi que se aproximaba una carreta. El hombre que la conducía iba solo. Le hice una señal y se detuvo. Le dije que me había perdido, que llevaba dos días por ahí, entre el naciente y el poniente, sin encontrar a nadie y que no sabía cómo había podido ocurrirme algo así. "



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