Sábado de gloria (fragmento)Ian Michael
Sábado de gloria (fragmento)

"Elena subió por Montera, hecha un manojo de nervios, y cruzó la Gran Vía por el paso subterráneo de la estación de metro de José Antonio, delante mismo de la Telefónica. Cuando hubo recorrido la Gran Vía hasta donde se hallan los almacenes Sepu, giró por la calle lateral de Gonzalo Jiménez de Quesada y se detuvo para realzar el maquillaje ante los escaparates de los almacenes antes mencionados. Con un aspecto ya del todo normal, según pensaba, tras haberse puesto una gruesa película de reluciente lápiz de labios y un denso sombreado de ojos, giró a la izquierda por la calle del Desengaño. Más de una vez se había preguntado por qué se llamaría así y un compañero de la Facultad le había contado la leyenda de un libertino del siglo XVII que había seguido cierta noche a una dama velada por aquella calle para descubrir que era una momia bien conservada, ataviada de terciopelo rojo.
Dada la actual reputación de la calle, pensaba Elena que podía aplicarse al destino de tantas chicas de la clase obrera procedentes de los barrios periféricos y de los pueblos que acudían a aquella zona con la esperanza de atesorar grandes cantidades de dinero gracias a la prostitución y que por regla general terminaban en la miseria, la drogadicción y el descalabro social.
Elena entró en la calle de la Ballesta, donde los jóvenes de antaño habían practicado el tiro con arco y donde en la actualidad se dedicaban a otra clase de deporte. Advirtió que ante algunos bares y clubes estaban, ya los ganchos haciendo lo imposible por atraer a los ociosos de la hora de la comida, y la joven puso cuidado en no mirar a los ojos a ningún hombre hasta que llegó al club Sunrise, unas cuantas casas más abajo. Observó con nerviosismo las fotos expuestas en el exterior y no tardó en identificar dos de Marisol vestida con dos mini atuendos distintos: en una de las fotos, un hombre ataviado sólo con un taparrabos tachonado de estrellas sostenía a la chica en alto mientras ésta estiraba una pierna en actitud un tanto indolente; en la otra, la joven se inclinaba ante el público mientras desnudaba el generoso pecho y estaba a punto de entregarlo todo... a juzgar, por lo menos, por la posición de las manos.
Elena se preguntó si no sería el abrigo que llevaba un poco demasiado elegante para aquella zona. En fin, haría lo que pudiese.
La puerta del Sunrise estaba entornada, la joven apartó con cuidado la cortina roja y llena de borlas, y entró. Una anciana barría con una escoba y un camarero secaba vasos detrás de la barra. "



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