Geografía (fragmento)Max Aub
Geografía (fragmento)

"Aquel día, que era lunes y domingo por equivocación, se le trasmutaban todos los valores. Los autos lloraban con fuerza inacostumbrada al ver que también los llevaban a paseo; las puertas de los comercios quedaban boquiabiertas al verse entornadas nada más; el mismo sol del lunes, al ver desierta la ciudad y repletos los campos de flores multicolores (aquel año se llevaban sombreros con los colores del jueves), consultó su agenda de bolsillo y avivó el brillo de su pechera.
El lunes, rechazado de todas partes, encontró por fin refugio en una oscura construcción y les salió a los obreros transformado en las recias notas de «La Internacional» mientras los martillos y los yunques lo rivaban y soldaban a la semana.
Ella se puso su blusa blanca y su canto favorito; todos los mástiles habían florecido y a ella se le figuraba pasear por un vivero nuevo. De la noche a la mañana no reconocía las revueltas acostumbradas; deslumbrada y quizá mareada de tantos inesperados olores, cerró los ojos y se sintió otra, otra siendo la misma; lunes que era domingo por equivocación.
Al atardecer le faltaba la vuelta del trabajo y la algarabía del que empieza a no hacer nada. Transcurrió el minuto, en que se hundía la sirena en cada cabeza, sin oírla. El atardecer, falto de algo, languidecía infinitamente sin decidirse a morir jamás, como esperando ¡quién sabe! si todavía lo asesinaría la sirena de los astilleros. No hubo nunca tarde tan larga como la de aquel día que fue lunes, domingo por equivocación.
Las gentes se miraban como si fuesen nuevas, enseñaban las manos como extrañas joyas y se echaban a reír; ni los niños siquiera, que esperan los domingos como si fuesen los postres de la semana, se alborozaron al ver aquel imprevisto —como los caramelos que se encuentran de repente en el bolso de mamá—; se quedaban suspensos sin saber si entregarse francamente al juego, con un recelo involuntario frente a aquel día insospechado, tal como si tuviesen miedo a una reprimenda fulminante; únicamente al ver que el papá sacaba la botella del licor y los vasitos pequeños se convencían de la verdad.
De la verdad de aquel día que fue lunes, domingo por equivocación.
Ellos fueron al campo, escapada de adolescentes, aquella mañana, ¡Que alegría de verdes trajeron, como si fuese fruta robada! Acostumbrados a los colores grandes del mar, los verdes multicolores de los árboles y las hierbas mezcladas con el sol, los rojos amarillos, los amarillos rojos y los pedacitos de cielo recortados por el «puzzle» del boscaje se les antojaba cosa pequeña y de juego. Las araucarias, los castaños, los plátanos, los tilos, las hayas, todos formados de pedacitos de colores, no eran para ellos —los rosales, el trébol, la hierba— sino colorines puros echados a granel; descansando o removida por el viento, la Naturaleza había perdido su vida para convertirse, rota en pedacitos infinitos, en una gran caja de retales de color; como la que ella sacaba los días de aburrimiento del estante más alto del ropero y que cada vez le deparaba una sorpresa al hallar revuelto, en acordes violentos de color, un pedazo del traje más olvidado.
Poco hablaron, cogidas las manos en la mañana. El sol, aquel día elocuente, sólo le hizo decir, acercándose —¿cómo?— a él, frente a unos niños que bajaban rápidos una pendiente. «¡Me asustan los niños, tan corriendo!». Y su mirada, tan vaga, tan imprecisa, fija en la de él, murió un momento.
Los colores de tierra adentro no les parecían colores, tan pequeños: ¡azul de mar!, ¡cielo!
Ella no quería saber que le esperaba cada día. Aun sin querer empezó a saberlo: como los extranjeros que, de paso en un país, hacen ascos de aprender el idioma indígena, y que a su pesar se les mete por los cinco sentidos y un día se dan cuenta de haber dicho: Gracias, Merci o Danke sehr. Y, entonces, empezó a pensar en él. Un día en que no pudo ir y ella tenía ya la idea preconcebida —ella no lo sabía, no— de aburrirse, en la ventana, cogió el Atlas y fuese, sola, a viajar por los desiertos. "



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