El Príncipe de Parnaso (fragmento)Carlos Ruiz Zafón
El Príncipe de Parnaso (fragmento)

"Las llamas de la hoguera parpadeaban y se apagaban, las sombras avanzaban sobre los muros de la biblioteca como manchas de tinta derramada y envolvían a Corelli. Cuando Cervantes quiso responder, ya estaba solo.
Aquel domingo a medianoche, Cervantes esperaba oculto entre los árboles que flanqueaban el palacio de Giordano. No habían acabado de sonar las campanadas de madrugada cuando, tal y como había predicho Corelli, se abrió una pequeña puerta lateral y la silueta encorvada del viejo sirviente del artista echó a caminar pasaje abajo. Cervantes esperó a que su sombra se hubiese perdido en la noche y se deslizó hasta la puerta. Posó la mano en la manija y presionó. Tal y como había predicho Corelli, la puerta se abrió. Cervantes dio un último vistazo al exterior y, creyendo no haber sido avistado, entró. Tan pronto cerró la puerta a su espalda comprobó que le rodeaba una oscuridad absoluta y maldijo su escaso sentido común al no haber traído una vela o un farol con el que guiarse. Palpó los muros, húmedos y resbaladizos como las entrañas de una bestia, y avanzó a tientas hasta tropezar con el primer peldaño de lo que parecía una escalinata en espiral. Ascendió lentamente y al poco un leve aliento de claridad perfiló un arco de piedra que conducía a un gran corredor. El suelo del pasillo estaba tramado con grandes rombos blancos y negros de mármol, al uso de un tablero de ajedrez. Como un peón que avanzase furtivamente por la jugada, Cervantes se encaminó hacia el interior del gran palacio. No había recorrido siquiera todo el trayecto de aquella galería cuando empezó a advertir los marcos y lienzos abandonados junto a las paredes, tirados por el suelo y trazando lo que se antojaban los restos de un naufragio que se esparcían por todo el palacio. Cruzó frente al umbral de cámaras y salones donde los retratos inacabados estaban apilados en estantes, mesas y sillas. Una escalera de mármol que ascendía a los pisos superiores estaba anegada de lienzos quebrados, algunos con restos de la furia con que su autor los había destruido. Al alcanzar el atrio central, Cervantes se encontró al pie de un gran haz de luz lunar vaporosa que se filtraba desde la cúpula que coronaba el palacio, donde revoloteaban palomas que proyectaban el eco de sus alas por pasillos y habitaciones en estado de ruina. Se arrodilló ante uno de los retratos y reconoció el rostro desdibujado en el lienzo, una semblanza inacabada, como todas, de Francesca di Parma.
Cervantes miró a su alrededor y vio cientos como aquella, todas descartadas, todas abandonadas. Comprendió entonces por qué nadie había vuelto a ver al maestro Giordano. El artista, en su empeño desesperado por recuperar la inspiración perdida y capturar la luminosidad de Francesca di Parma, había ido perdiendo la razón con cada pincelada. Su locura había dejado un rastro de lienzos inacabados que se esparcían por todo el palacio como la piel de una serpiente. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com