Basilisco (fragmento)Jon Bilbao
Basilisco (fragmento)

"Octavio fue uno de los primeros profesores laicos en el colegio de los jesuitas de Bilbao. Allí dio clase de Literatura a mi padre, que siempre sintió devoción por él. Como otros alumnos suyos, cuando salió del colegio, mi padre no perdió el contacto con Octavio. Semejante admiración la propiciaban el entusiasmo sereno pero contagioso con que les hablaba de La vida es sueño o del ciclo artúrico y una concepción del catolicismo mucho más humanista de lo que entonces se estilaba en la docencia. A mí siempre me extrañó que el respeto de aquellos niños perviviera durante la travesía de la adolescencia, periodo tan dado a la superficialidad, el cambio y el olvido, y me hacía pensar que, al margen de las causas citadas, si veneraban a Octavio era porque tenía algo especial. Fuera de las aulas, Octavio, o don Octavio, como era conocido por sus alumnos, disfrutaba entre la intelectualidad bilbaína de cierto reconocimiento por ser autor de un libro de memorias de juventud, muy expurgado, pero que no dejó de despertar comentarios maliciosos, y, sobre todo, por sus artículos de opinión en La Gaceta del Norte.
Se podría decir que yo heredé de mi padre la relación con Octavio. Recuerdo cómo asentía el viejo profesor cuando, durante una visita a nuestra casa, mi padre, tan honrado y nervioso que las palabras se le trabucaban, presumió de mi temprana afición lectora. Y recuerdo el bochorno que años después sentí cuando mi padre me dijo que había enviado a Octavio una fotocopia del relato con el que gané un concurso de narrativa. Al parecer, a Octavio le había parecido «pintoresco y esmerado» y me animaba a seguir escribiendo. Mi padre continuó manteniéndolo al tanto de mis progresos. De todos modos, no creo que Octavio se sorprendiera cuando, llegado el momento de ir a la universidad, elegí los estudios técnicos en lugar de los de letras. Al fin y al cabo, yo solo era un buen estudiante al que le gustaba leer y escribir, y él sabía perfectamente que ser buen estudiante no implica tener talento, ni curiosidad, ni personalidad.
Cuando fuimos a vivir a Algorta me puse en contacto con él, que, de inmediato y con tanta familiaridad como si yo fuera mi padre, me invitó a visitarlo. Su salón me hizo pensar en el gabinete de Flaubert en su casa de Croisset, con la ventana mirando al Sena. Pero, si me esperaba un recibimiento como el que se depara a un hijo pródigo, me equivocaba de plano. Pese a la edad, Octavio continuaba tan lúcido y poco efusivo como siempre; el impacto que causaba en sus alumnos se basaba en buena parte en un distanciamiento medido y escrupuloso. Escuchó mis vaivenes vitales con interés, pero sin celebrar ni lamentar nada, más o menos la misma reacción que tuvo cuando al cabo de un año publiqué mi primer libro de relatos, dedicado a mi padre y a él.
Estiré las piernas y me recosté en el sofá. La expresión de Octavio no variaba a medida que se sucedían las escenas. Me pregunté si conocía la película tan bien que ya nada lo asombraba. "



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