La buena suerte (fragmento)Rosa Montero
La buena suerte (fragmento)

"Sólo se oye el tenue bisbiseo del tubo de luz, un ligero chirrido como de insecto atrapado. Es un silencio que se le antoja oprimente, tan cargado de secretos como el de la Casa de los Horrores. ¿Y por qué se acuerda ahora de eso? Fue en Gloucester, Reino Unido. En las décadas de los setenta y los ochenta. Fred West violó y torturó durante años a sus hijas y a otras muchachas a las que acorralaba y secuestraba, y acabó asesinando al menos a su primera esposa, a nueve jóvenes y a dos de sus propias niñas con la ayuda de su segunda mujer, Rosemary. Fred, que nació en 1941, tuvo su primer encontronazo con la ley a los veinte años, cuando fue procesado por violar a su hermana de trece. Él lo admitió, pero el caso fue sobreseído. Los derechos de las niñas no valían mucho en aquellos tiempos, piensa Pablo. Y quizá ahora tampoco. Poco después, Fred se casó con Rena, que estaba embarazada de otro hombre. Nació una niña a la que llamaron Charmaine y que Fred adoptó, y enseguida tuvieron una hija en común, Anne-Marie. Cinco años después, en 1969, Fred conoció a Rosemary, una quinceañera perversa y brutal, y la desgracia se cerró con precisión de relojería. Debieron de adivinar al primer vistazo la similitud de sus almas negras, porque se emparejaron de inmediato y su primera hija, Heather, nació en 1970. Entonces Fred decidió que su esposa Rena y la niña adoptada, Charmaine, que ya tenía ocho años, eran un fastidio, y entre los dos las asesinaron. A continuación, Fred y Rose se casaron y se fueron a vivir a la casa de Cromwell Street que acabaría por hacerse tétricamente famosa.
Pablo lleva meses coleccionando estas historias de horrores familiares. Relatos atroces en los que busca una respuesta que aún no ha encontrado. Los lee, los relee, se los aprende de memoria. Por eso ahora recuerda que la hija de Rena y Fred, Anne-Marie, tenía ocho años cuando empezó a ser violada por su padre con la ayuda de Rosemary. Mientras tanto la pareja iba sumando hijos: siete más después de la primogénita, tres de ellos concebidos por Rosemary con otros hombres. A todos los críos los obligaban a ver pornografía. Vivían secuestrados; no tenían amigos y, como a los Turpin, los habían convencido de que el mundo exterior era un peligro para ellos. Tenéis suerte de tener un padre como yo, decía Fred a sus hijas cuando las violaba. Esos críos que sólo salían de casa para ir a la tienda de comestibles, ese tropel de niños callados, desastrados y tristísimos, hubieran debido llamar la atención de los vecinos. Pero no. No le importaron a nadie. O tal vez sí, pero no se atrevieron a dar el paso. Quizá hubo personas que, como él ahora, se acercaron alguna noche a la puerta de los West. Que arrimaron la oreja a la madera, rumia Pablo mientras pulsa por enésima vez el interruptor de la luz. Pero ¿de qué vale eso, si luego no haces nada? Ahora bien: ¿qué se puede hacer? ¿Y si te equivocas? ¿En qué momento justo pasas de ser prudente a ser medroso? ¿Y de ser un ciudadano responsable a un entrometido y un cotilla? Pablo entiende a los vecinos que ignoraron la situación. Y al mismo tiempo le dan asco. Se da asco.
Para pagar la hipoteca, los West empezaron a alquilar habitaciones baratas, cosa que atrajo a su casa a chicas de vida desestructurada, escapadas de hogares de acogida, con problemas de drogas. Víctimas indefensas y solitarias. Las torturaban y forzaban sexualmente los dos, y a varias las acabaron matando. Quedaron demostrados nueve asesinatos, entre ellos los de dos jóvenes estudiantes universitarias que no tuvieron nada que ver con los West y a las que secuestraron por la calle. "



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