Las hijas de Blossom Street (fragmento)Sylvia Plath
Las hijas de Blossom Street (fragmento)

"Dotty es insuperable. Es una auténtica mina de información, porque tiene que ir de un lado a otro, buscando alcohólicos en Urgencias, y comparando notas con los médicos de guardia del ala de Psiquiatría, por no mencionar que ha salido con varios miembros del personal del hospital, incluso con un cirujano en una ocasión, y en otra ocasión con un residente persa. Dotty es irlandesa; más o menos baja y un poco gordita, pero se viste de forma que la favorece: siempre algo azul, azul celeste para que le haga juego con los ojos, y unos jerséis negros ceñidos que cose ella misma con patrones de Vogue, y zapatos altos con esos tacones finos de acero.
Cora, del Servicio Social Psiquiátrico, en el mismo pasillo que Dotty y que yo, no es la persona que es Dotty ni en sueños: cerca de los cuarenta, se nota por las patas de gallo, aunque todavía tenga el pelo rojo, gracias a esos tintes. Cora vive con su madre, y, oyéndola hablar, pensarías que es una adolescente inmadura. Una noche invitó a su casa a tres chicas de Neurología, a jugar al bridge y a cenar, y metió el puchero en el horno con las tartaletas de mora congeladas, y una hora más tarde se extrañó de que no estuvieran calientes, cuando en todo ese tiempo ni se le había ocurrido encender el horno. Cuando coge vacaciones, Cora se limita a ir en autobús al lago Louise o de crucero a las Bahamas, para conocer al Príncipe Azul, pero sólo conoce chicas de Tumores o de la Unidad de Amputados, y todas y cada una de ellas tienen exactamente la misma misión.
Bueno, pues como el tercer jueves de cada mes es el día que tenemos la Reunión de Secretarias en la Sala Hunnewell en la segunda planta, Cora llama a Dotty, y las dos me llaman a mí, y vamos haciendo clic-clac con nuestros tacones, bajando los escalones de piedra, y entrando en una sala preciosa, dedicada, como dice en la placa de bronce de la puerta, a un tal doctor Augustus Hunnewell en 1892. El sitio está lleno de vitrinas abarrotadas de instrumentos médicos anticuados, y las paredes están cubiertas de ferrotipos desvaídos, color marrón rojizo, de médicos de la Guerra Civil, con las barbas tupidas y largas como las barbas de los hermanos Smith en esos paquetes de caramelos para la tos. Colocada en mitad de la sala, y extendiéndose casi de pared a pared, hay una mesa grande, oscura, ovalada, de nogal, con las piernas talladas con forma de patas de león, sólo que con escamas en vez de piel, y toda la superficie de la mesa pulida de manera que te ves la cara. Nos sentamos alrededor de esa mesa, fumando y hablando, esperando a que la señora Rafferty llegue y abra la reunión. "



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