La creación del mundo (fragmento)Miguel Torga
La creación del mundo (fragmento)

"Siempre había entendido poco de poesía. Lo que lo redimía era únicamente la sinceridad de sus reacciones.
Me parecía oír aún su voz de ventrílocuo y me parecía sentir fijos en mí sus ojos de sapo. Había asombrado a Agarez con su kilo semanal de bicarbonato y sus solos de cornetín. Pero Agarez ya lo había olvidado y, a lo mejor, doña Nené también. Finalmente era libre para buscar a quien pudiese con más frecuencia que él. Aquel revólver reluciente, abandonado en la bolsa de piel de cebú, ya no la amenazaba. Su dueño yacía en el cementerio de Cachoeira, junto a los hijos deformes que, con sacrificio, había logrado hacerle. La consanguinidad de sus padres no les había dejado nacer perfectos ni seguir con vida. ¡Pobrecito señor Adalberto! Uno no conseguía entender para qué había venido a este mundo. Enfermo y humillado —además de esclavo de la sensualidad de su mujer, había sido siempre el perro guardián de mi tío—, dejaba únicamente, para justificar su existencia, media docena de casas de adobe en la Morro Velho.
La Morro Velho… ¡Qué distancia y qué bruma! En el corto espacio de tiempo de nueve años, los más dramáticos acontecimientos de la hacienda parecían muebles desvencijados y polvorientos en la oscuridad de un desván. Abstracta, irreal, sólo a fuerza de imaginación conseguía revivir los malos momentos que había pasado en ella, e, incluso así, los veía bajo una luz inesperada. Ni siquiera mi tía me parecía ahora tan odiosa por haber defendido, con uñas y dientes los intereses de los suyos. Era humano. Y hasta admirable, si nos parábamos a pensarlo. ¡Qué tenacidad! ¡Qué lucha sorprendente! ¡Y qué crueldad la de los dioses!… Los hijos, uno a uno, se le iban muriendo todos. Sólo le quedaba doña Candinha. "



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