Mercado de espejismos (fragmento)Felipe Benítez Reyes
Mercado de espejismos (fragmento)

"Entre cosa y cosa, llegué al hotel de París más allá de las cuatro de la tarde, que ya es decir. Tía Corina estaba esperándome. Me abrazó como si volviera de una guerra. Le conté, sin entrar en demasiados detalles, mi encuentro con el hijo de Honza. Su veredicto fue categórico:«No te fíes ni medio pelo de ese niño».
Habíamos perdido el tren a Colonia, por supuesto. Como ambos estábamos un poco agitados, decidimos cancelar el plan y volver a casa al día siguiente. Ni la salud de tía Corina recomendaba más trastornos ni a mí me entusiasmaba el hecho de pasearme por una catedral con ojos de desvalijador, haciendo croquis, ideando estrategias y planes de fuga.
La verdad es que el asunto de Colonia empezaba a repelerme. Era el trabajo más ventajoso que me habían ofrecido desde la muerte de mi padre y, sin embargo, el que más pereza me daba emprender. Es probable que el responsable de esa pereza sea el tiempo, que, a fin de cuentas, es el principal sospechoso de casi todo. La vejez consiste, esencialmente, en un estado crónico de pereza, y yo me sentía viejo. Perezoso. Sin ganas no ya de implicarme en una operación de aquella envergadura, sino incluso de levantarme de madrugada para ir al cuarto de baño. (Y la noche en que te lleves un orinal al dormitorio será el principio del fin: todas las teorías pomposas y milenarias en torno a la esencia del tiempo acabarán teniendo la forma de ese recipiente.)
Salimos a cenar con el Falso Príncipe. Entre tía Corina y él creí adivinar esa complicidad incómoda de los amantes repentinos, la melancolía de una ilusión sin futuro. Intuí que, durante mi ausencia, habían vivido su sueño rápido y no sabían qué hacer con el cadáver de ese espejismo.
Nos recogimos temprano y al día siguiente ya estábamos en casa, sin más suceso digno de mención que un artículo firmado por un tal Philippe des Rois que leí en Le Fígaro durante el vuelo y que tuve la ocurrencia de recortar para leérselo al ex joyero Coe, de modo que ahora puedo permitirme traducirlo y transcribirlo para ustedes, por parecerme curioso el asunto que expone y también por dar un respiro a mi memoria, un poco fatigada ya de reconstrucciones:
La ciencia suele ser un reducto de magia. La luna prodigiosa y lírica que nos describió el hiperbólico Cyrano de Bergerac no es más lírica ni más prodigiosa que esa luna que vemos cada noche a través de la ventana, esa luna mutante y vagabunda que juega a la geometría consigo misma: de repente mengua, de improviso crece... Hay noches en que parece una cimitarra fantasmagórica, noches en que simula ser una hoz de marfil, noches en que toma la apariencia de ojo ciego de cíclope. Y así va: disfrazándose. La dama indefinida.
Vladimir Nabokov sospechaba que en la obra de arte se produce una especie de fusión entre la precisión de la poesía y la emoción de la ciencia pura. El caso es que unos científicos han conjeturado que algunos planetas extrasolares pueden estar hechos de diamante, al haberse condensado a partir de gas y de polvo rico en carbono. Esos planetas podrían tener la corteza de carbón casi puro y su capa más exterior sería de grafito, pero, más abajo, resulta probable que la presión haya transformado ese grafito en la forma más prestigiosa del carbono: el diamante.
Se imagina uno esos planetas, no sé, como inmensas joyerías flotantes por el universo, como la inmensa caja fuerte de un Tiffany's ultragaláctico, como el sueño codicioso de un maharajá. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com