El fin del mundo (fragmento)José Antonio Giménez-Arnau
El fin del mundo (fragmento)

"Pedro Gonzalvo, por primera vez en su vida, se rió a carcajadas —carcajadas estridentes, pero insinceras— cuando un señor, al coger el tranvía, resbaló y fue dando traspiés hasta acabar en el suelo.
Pedro Gonzalvo nunca se había reído en situaciones parecidas, pero en aquel momento tenía ganas de ser malo. Era un poco la necesidad de revancha la que le obligaba a aquella actitud, después de cuarenta y cinco largos años en que su orgullo se había basado en esa frase que periódicamente oía decir respecto a su persona al pasar por un pasillo de la Compañía o acercarse a un grupo de gente: «Ése sí que es un hombre honrado». A fuerza de honradez —él comprendía que no estaba dotado intelectualmente con exceso— había subido en aquella Cooperativa del ramo alimenticio, que contaba ya en Buenos Aires con veinte sucursales. Su participación en los beneficios —0,75 por 100— todavía no era muy excesiva, pero el porvenir era claro. Él, antes de llegar a la vejez, podría haber dejado a sus dos hijas un buen puñado de pesos con los que vivir sin preocupaciones.
¡Vivir! Se le llevaban los demonios pensando en todo aquel esfuerzo desde la solitaria emigración, hasta que reunió los pesos necesarios para traer a la mujer y a las dos niñas; los primeros años de una austeridad rayana en lo inconcebible, aquel sumar de horas y más horas de trabajo. Todo aquello se había arruinado con sólo dos frases de Álvaro Grijalba. Por primera vez odió a este hombre, cuya amistad constituía para él el más privilegiado de los honores. Él era hijo del jardinero de la casa de campo de Grijalba, en las cercanías de Ávila, y había asistido al progresivo crecimiento de aquel ser, débil, enclenque, que parecía reservar todas sus energías para el espíritu y el pensamiento. Muchas veces habían jugado juntos, y sólo gracias a él, seis o siete años más joven que Grijalba, había éste podido trepar a los árboles o aventurarse en las excursiones misteriosas que una cueva próxima les deparaba algunas veces. Fue Grijalba quien le sugirió la idea de acompañarle en aquel viaje. Pero él no quería ser más criado, y si aceptó la idea de ir a América no quiso depender del dueño y amigo de hasta entonces. A pesar de que había, generosamente doblado la treintena, empezó en su humilde oficio en la tienda de comestibles, en la que ya era un dependiente de categoría con una pequeña participación de beneficios."​​​​ "



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