La edad del desconsuelo (fragmento)Jane Smiley
La edad del desconsuelo (fragmento)

"El día después de pasar la noche en vela estuve trabajando en los terrenos de la casa, quitando ramas caídas y basura, podando aquí y allá. Ese día el futuro desapareció por completo, no era capaz de predecir siquiera si a la mañana siguiente estaría en la clínica, sentado en el taburete trabajando con mis instrumentos. La inercia biológica que me propulsaba alrededor de la finca, que me llevaba de una comida a otra, me parecía asombrosa. Estaba aterrorizado. Yo era como un hombre que cuenta los días que sale el sol y calcula la posibilidad de que vuelva a salir, que imagina demasiado bien el frío punzante de un día sin sol. Deduzco que mi presencia resultaba bastante intimidatoria, pues todo el mundo se alejaba de mí excepto Leah, que me seguía a todas partes gateando, arrastrando palitos y recogiendo hojas, sin dejar de parlotear en sus tonos más complacientes.
Dana supo mantener el tipo, y al mismo tiempo mantener a raya a las niñas, haciendo un heroico y visible esfuerzo. Fueron en coche a uno de los supermercados más grandes, que estaba a unos treinta kilómetros, y se trajeron media charcutería con ellas: bagels, queso cremoso con salmón ahumado, queso cremoso con nueces y pasas, profiteroles, cruasanes rellenos de chocolate, filetes de pez espada para hacerlos luego a la plancha con albahaca, cogollos de lechuga francesa, vinagre de frambuesa, aceite de oliva, botellas de agua carbonatada para Lizzie —que seguía mal del estómago—, el New York Times y también el Chicago Tribune por las tiras cómicas. Tal vez pensó que la actitud de entrega le ayudaría a evadirse y por eso se pasó el día de aquí para allá, pendiente de cada cosa que querían las niñas, vistiéndolas para que salieran cinco minutos, se quejaran del frío y tuviera que desvestirlas de nuevo. Les leyó unos seis libros y a cada poco toqueteaba la antena de la tele intentando mejorar la señal. Se sentó en el sofá y las convenció para que se le echaran encima, como si el calor de la carne humana pudiera ayudarla. Les sonreía constantemente y había un resuello de esfuerzo en todo lo que hacía. Me pregunté qué le habría hecho él para que estuviera tan desesperada. Aun así, yo me mantuve ajeno a todo. Cualquier palabra sería como una chispa en una fábrica de dinamita. Me ocupé de que Leah no le diera la tabarra. Eso es lo que hice por ella, a eso me consagré.
Durante la cena, sentados a la antigua mesa de madera, uno frente al otro, Dana no levantó la vista del plato. Me sirvió generosas porciones que me hicieron sentir culpable, pues me recordaron mi tamaño y mi constante ansia de comida. Me quejé del pescado. Estaba un pelín crudo. Es cierto, estaba un pelín crudo, pero no tendría que haber dicho nada. Ésa fue la única vez que me miró a la cara, con ojos de disgusto reconcentrado, y yo le respondí con una mirada agresiva. Sobre las ocho regresamos a la ciudad. También recuerdo ese viaje perfectamente. Leah estaba durmiendo en su asiento, a mi lado, Lizzie estaba detrás, y Stephanie iba con Dana, en su coche. En los semáforos, el espejo retrovisor me devolvía la visión de su obstinada cabeza. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com